No sé queridos lectores si a ustedes les ronda por su cabeza la misma pregunta que a mí: ¿en qué preciso momento se fue todo a la mierda? Si tuviéramos una respuesta clara bastaría con recargar el DeLorean hasta los topes de condensador de flujo y viajar en el tiempo hasta el mismo instante en que todo se torció para cambiar el pasado y por ende nuestro presente. Venga, que nadie se ponga ahora tiquismiquis sobre la imposibilidad de viajar en el tiempo, hasta hace nada también nos parecía imposible que las zapatillas de andar por casa fueran nuestro calzado habitual y mira tú cómo estamos.
Algunos sostienen que la cosa se empezó a pudrir cuando pasamos de ser cazadores recolectores a sedentarios agricultores, ¡ojo!, hemos dicho sedentarios agricultores que nadie confunda con sedentarios de sofá de Ikea que no se levantan ni para ir a la compra porque todo lo encargan por la app de Amazon. Hace unos 10.000 años, milenios arriba o abajo, el hombre vivía todavía en cuevas que solo abandonaba para recoger despojos de caza y recolectar algunos frutos, se organizaban en clanes lo que ahora se llama convivientes y parece que cumplían cupo porque eran grupos humanos muy reducidos. Eso era grosso modo en el Mesolítico.
Después les dio por hacer cazas más selectivas y recoger cereales de la zona, y ¡boom!, decidieron cultivar productos de kilometro cero, tener algo de ganadería y dejar el culo en un sitio fijo, y a esa época los antropólogos le llaman Neolítico, no confundir con los Neandertales que recorren nuestras calles hoy en día con el brazo en alto lanzando eslóganes de sus añorados genocidas. Hay que ser riguroso con la ciencia, aunque yo, por limitación de caracteres para este articulo y por limitación neuronal que me acompaña desde la cuna, haya hecho un resumen muy tosco.
Otros sostienen que la cosa se fue al garete cuando alguien le puso vallas a un terreno y dijo: «esto es mío y de nadie más». Y el resto dijo qué le vamos a hacer, hasta ahora creíamos que los frutos eran de todos y la tierra de nadie, pero si tú dices que ahora es tuyo pues tuyo es. Y por eso nos soltó Rousseau su famosa frasecilla: «todos corrieron al encuentro de sus cadenas creyendo encontrar su libertad», y ya tenemos el origen de la desigualdad entre los hombres. A partir de aquí guerras y miserias para la mayoría y castillos y banquetes opíparos para una minoría muy chiquita.
Claro que si los ultraliberales que ahora llenan tertulias y sitios de poder nos oyen nos cortan el cuello, porque para ellos la propiedad privada es la base de la civilización, y fuera de ella solo hay caos. Ya saben, todo al dios dinero, y además se tiran con red los muy tramposos, porque cuando sus negocietes les salen mal, van a la teta de papá Estado a mamar como locos. Y crueles también, basta ver quién pilota Madrid para entender que les importa una mierda la vida de las personas con tal de que sus vecinos del campo de golf sigan haciendo caja.
Joder, no tengo ya edad para hacerme pasar por Marty McFly, y eso que Michel J. Fox tiene siete años más que yo, así que dejo lo de viajar en el tiempo para arreglar las cosas a alguien más joven y preparado, propongo al Doctor Who que nunca envejece y tiene una cabina de teléfonos chulísima para desplazase por el espacio tiempo. Sí, lo sé, son todos personajes de ficción, pero vamos a respetarnos, ¿acaso no hay algunos que rezan a dioses imaginarios e incluso matan por ellos? Lo mío es mucho más inofensivo, créanme. Feliz jueves.
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