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Heráclito, filósofo presocrático, dijo: «El pueblo debe combatir más por la ley que por los muros de su ciudad». Lo cual me trae a la memoria el soneto de Quevedo que empieza diciendo: «Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados...». Y entonces busco reflexiones ajenas que vengan a cuento en las presentes circunstancias. Porque la circunstancia es consustancial al ser humano (Ortega dixit). Le da un punto de vista y una tarea concreta. Vivir en la abstracción, en el puro mundo de las ideas, desde ninguna parte, es como estar en una burbuja permanente, sin poder tocar nada ni poner los pies en el suelo. Hay gente con esa tara, que dice o hace cosas que no vienen a cuento. Están completamente desfasados, aunque tengan mucho éxito entre la legión de sus seguidores.

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Otra cita para el día de hoy, tan lleno de penurias, es la de aquel proverbio árabe: «La mano que da está por encima de la mano que recibe». O aquellas premonitorias palabras de Herman Hesse: «Todo hombre es algo personal y único, y querer colocar en lugar de la conciencia personal una colectiva, es lo que se llama abuso y el primer paso hacia todo lo totalitario». Palabras del pasado que se ajustan como un guante a situaciones actuales.

Y si hoy, por un casual, cumples años, recuerda lo que dijo Goethe: «La multitud no envejece ni adquiere sabiduría: siempre permanece en la infancia». Procuremos no ser multitud.