Incluidas las autoridades, todos hemos estado fiados que en vez de que la covid nos mantenga confinados, seamos los humanos los que confinemos al «bicho», un patógeno del que ni siquiera sabemos cómo apareció por este valle de lágrimas donde sobrevivimos sino aterrorizados, sí asustados. Ya no confiamos que sea el calor el que anule el poder de propagación y sus letales consecuencias. Estudiosos a medio camino entre el saber y la ignorancia, habían afirmado a principio de la pandemia que con la llegada del calor el coronavirus se retiraría a sus cuarteles de invierno sin venir a caer en la cuenta que Brasil, por ejemplo, en cuanto a calor, es la sucursal de Pedro Botero. Oráculos de tres al cuarto, verdades de todo a cien. Aquí estamos en pleno agosto con los pardales debajo de los árboles con el pico abierto, asándose ante uno de los agostos más secos y más calurosos de lo que va de siglo.
Aquellos que hacían calendarios meteorológicos habían llegado a la conclusión que España tiene 9 meses de invierno y 3 de infierno. Por las parameras de Castilla, los medievales ya sabían eso y les era tan útil o tan inútil como el saber los cordobeses que saben en propia carne que Córdoba es el fogón de España. Y que por ahí anda la pandemia, contaminando sobre todo a esos «tontolabas» que organizan botellones y escraches de sí mismos como si les faltase una vuelta de tuerca. Mientras tanto, los abnegados sanitarios trabajan con la mosca detrás de la oreja. Usted no se puede hacer una idea cabal de lo que era este hospital en aquellos días en los que parecía que se habían abierto las compuertas del infierno. Enfermeras, celadores, médicos que se contaminaban de una forma abrumadora, sin tener ni siquiera dónde ubicarlos, ni a los fallecidos... Y ahora sabemos de nuevo por la información sanitaria, que vamos al rebufo de las peores semanas. ¡Pero almas de cántaro! No es que te puedas contaminar tú, que también, es que con tu incívico comportamiento acabarás por contaminar a tus padres, a tus abuelos, a tu familia…
No se me va de la cabeza el idiota que en una fiesta a base de botellón, se llenaba la boca dios sabe de qué etílico brebaje y luego soplaba con fuerza esparramando el contenido sobre un resto de apelotonados que gritaban alborozados en torno a un individuo que probablemente no tiene el conocimiento necesario para convenir consigo mismo que lo que estaba haciendo era una solemne guarrería, además muy peligrosa. A nada que aquí la justicia se pusiera seria, gentuza de esta ralea debería pasarse a la sombra unos cuantos meses confinados por ser idiotas peligrosos.
No sabemos qué es lo que puede pasar cuando la gripe convencional se junte con la covid-19. ¿Mutará uno de los dos patógenos? ¿Mutarán los dos? Mientras tanto debería bastar con ver lo que está pasando en el mundo, los miles y miles de contaminados y fallecidos, la industria exponencialmente tan afectada, la economía irreconocible. En la zona donde vivo, tan solo en una de sus plazuelas está anunciado el cierre de tres restaurantes y un par de cafeterías. Se va a quedar el lugar que no lo va a reconocer ni los que nacieron en él.