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Ya está, Podemos se ha hecho mayor en tanto que aparece como figura jurídica investigada por la justicia en asuntos relacionados con la financiación del partido, delitos de malversación y administración desleal. También se habla de la existencia de una caja B en la formación que dirige Pablo Iglesias, lo último que le faltaba para perder otro jirón de su maltrecho crédito pese a haber alcanzado la vicepresidencia del gobierno y algunos ministerios cuando menos votos había cosechado en las últimas elecciones.

Aquellos jóvenes profesores universitarios que acampaban en la Puerta del Sol y prometían la regeneración de la política consuman, de esta forma, su entrada en la madurez. Son ya la casta de la que tanto abominaban porque su líder va en coche oficial, disfruta de una casa de auténtico lujo en las afueras, tiene las fuerzas del orden a su disposición, acomoda a otros integrantes del partido en puestos relevantes y sumamente remunerados por razones que no pueden excluir vínculos sentimentales, y desdicen prácticamente todo lo que cuestionaron cuando eran imberbes. Ya no hay topes salariales para equilibrarse al pueblo llano y sencillo ni tampoco limitación de mandatos. Era todo mentira.

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Ahora, ya adultos, a pesar de que el partido y su cúpula aparecen como investigados, ninguno de ellos ha dimitido, como proclamaba Iglesias voz en grito en campañas electorales anteriores. Al contrario, lejos de defenderse, cuestionan la labor del juez que les imputa y se ensañan con los medios de comunicación que les delatan. Es la única salida a la que pueden acogerse momentáneamente porque hablar de la presunción de inocencia en su caso sería mucho más que una vergüenza si repasamos cómo han tratado a los investigados de otras formaciones que no habían sido juzgados ni condenados.

El partido morado no ha conseguido hacer realidad una nueva política más limpia, al contrario, está contribuyendo a su marranería tristemente conocida y cotidiana.