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No me gusta ir a presentaciones y sin embargo últimamente he acudido a dos, y el refrán dice «Compañía de dos, compañía de Dios». Lo malo, estos días, es que para estas ocasiones uno tiene que ponerse una mascarilla y hacer oposiciones a respirar correctamente. La rebeldía aquí comporta el peligro de infectarse de un virus con corona y todo. En la librería Va de Llibres, del Carrer de sa Carnisseria de Ciutadella, Joan López presentaba Els ullastres de Manhattan, nuevo libro de Ponç Pons editado por Quaderns Crema. Se trata de una especie de libro de viajes donde el autor narra a trechos y versifica también su estancia de una semana en la isla de Manhattan, en Nueva York, donde es notorio que no hay acebuches, aunque Ponç Pons se los figura evocando su amadísima Menorca natal. Eso le convierte en un escritor auténtico; a veces se califica de isleño empedernido y otras veces alude a nuestra tierra –la suya y la mía— con el dulce nombre de madre y hasta de patria. Los sinónimos de patria –país, tierra, terruño, territorio, lugar, gente— pueden ayudarnos a comprender mejor la concepción del mundo de este escritor, y ya se sabe que una obra de arte es también una visión del mundo de su autor. Dos pistas, pues, que nos indican que vale la pena leer este libro para penetrar en el alma de su autor (Joan López añade otras muchas y me acuerdo sobre todo de las referidas al lenguaje, para el que Ponç Pons tiene también buen oído)

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Pocos días después Josep Maria Quintana me invita a la presentación de Lletres de Combat, de Pagès Editors, una novela entre realista e histórica, en palabras del propio autor, presentación que lleva a cabo Lluís Foix en Sant Joan de Binissaïda. La obra no es menos auténtica, puesto que el autor fue seminarista antes que registrador de la propiedad y siente profundamente los avatares recientes de la Iglesia Católica sobre los que investiga. Una investigación exhaustiva que le ha llevado a leer montones de libros y escritos, algunos publicados con el hoy pedestre sistema del ciclostil. Josep Maria Quintana tiene una prosa fácil y una mente brillante, y eso se nota en seguida al leer su libro; tiene también una visión clara del oficio de narrar a la hora de construir bien los personajes, que son la base de toda buena novela. Esta es, pues, una buena novela, y así lo ratifica el presentador, Lluís Foix, que se sumerge también en la realidad de la Iglesia Catalana de los años de postguerra, de donde se infiere la realidad.