Una periodista, Ruby Alboreda, colombiana residente desde hace 18 años en la isla, comentaba en este diario el pasado 21 de junio varios de los episodios racistas y discriminatorios que ha sufrido en Menorca por el color de su piel. Son situaciones cotidianas que probablemente pasan desapercibidas para la mayoría, pero existen y lo saben quienes las padecen. Una mirada extraña, un gesto, un comentario que contiene una carga humillante aunque quien lo haga no sea consciente de ello.
Sitapha Savané, hijo de un diplomático senegalés, exjugador del Menorca Bàsquet, un tipo inteligente con una formación académica notable, retirado hace dos años tras tres lustros en la ACB, ha declarado recientemente en varios medios que vivió conductas racistas cuando veía a algunos aficionados de la Isla, a los que él reprendía, insultar gritando «negro de mierda» a jugadores de color de otros equipos, los mismos insultos que él recibía cuando jugaba fuera.
Casa todo ello con el hecho de que el 50 por ciento de los adolescentes menorquines encuestados en un trabajo encargado por el Fons Menorquí d'Estudis admita que rechaza abiertamente a los inmigrantes o desconfía de ellos, y que las 109 personas entrevistadas, llegada de países extranjeros, la mayoría de fuera de la Unión Europea, digan que sufren actitudes racistas en su vida cotidiana.
Son datos preocupantes por lo que supone esa conducta entre parte de la población, especialmente los hombres y mujeres del mañana.
Integramos una sociedad que eleva la hipocresía a un estamento superior. Rechazamos la violencia racista en Estados Unidos o en cualquier parte del mundo, pero repetimos a diario, con demasiada frecuencia, pequeños comportamientos discriminatorios hacia quienes proceden de estos países. Esa es la cruda realidad aunque nos cueste reconocerlo.
Dice Savané, con buen criterio, que el racismo solo se combate de verdad con la toma de conciencia, la educación y la aplicación estricta de las leyes que deberían ser más inflexibles. Ese es el camino.