Ya no están las decenas de miles de personas que han perdido la vida a consecuencia del coronavirus. Se han convertido, tristemente, en los fríos integrantes de una escandalosa cifra que el gobierno trata de mitigar apelando a criterios volubles de difícil compresión, mientras sus familiares les recuerdan sin consuelo. Los hay, sin embargo, que ya se organizan para pedir responsabilidades ante posibles conductas negligentes del ejecutivo, que se enfrenta a varias demandas sin que admita aún ninguna responsabilidad.
Hay otro grupo que ilustra la recuperación, la salida del túnel, el regreso a la vida como argumento para la alegría en estos tiempos de tanta incertidumbre, de tanta inseguridad, de tanto temor ante el futuro. Lo forman aquellas personas que han vencido a la enfermedad desde el umbral de la muerte y pueden contarlo, y también otras, de edad avanzada, que comienzan a respirar con cierta tranquilidad cuando ven que la pandemia no se ha cebado con ellas.
En el primero de los casos está Mario Wolstein, militar de profesión y expresidente del At. Villacarlos, que en estas páginas ofrecía anteayer una lección de vida ajustada a la determinación por salir del nuevo revés contra el que ha tenido que enfrentarse. En la entrevista a Mario, que es persona amable, sencilla, sensible y de una educación exquisita, se le entrecortó el habla en más de una ocasión cuando explicó su dura experiencia, la segunda más complicada de su existencia puesto que ya superó un grave ictus en 2014.
«Dios me ha llamado ya dos veces pero le dije que todavía estoy bien aquí», comentó con la voz quebrada. Un mes en el hospital, incluidos 10 días en la UCI borrados de su mente, le dieron tiempo para hundirse y levantarse una vez más. Es el ejemplo de los que han regresado, fortalecidos a partir de su espiritualidad, de sus creencias. Y ahí está, dispuesto a seguir en la brecha. Bienvenido de nuevo, señor Wolstein.