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Cervantes lo dejó escrito en el Quijote: «Nunca segundas partes fueron buenas». Y son muchos los que auguran un rebrote del coronavirus, una segunda parte, una nueva oleada. Ocurrió con la gripe de 1918. Sus víctimas fueron niños y ancianos, pero también jóvenes y adultos saludables y hasta perros y gatos; durante el verano el virus sufrió una mutación que lo convirtió en letal y murieron más de 40 millones de personas en todo el mundo. Lo dicho, nunca segundas partes fueron buenas. Algunas noticias hablan de rebrotes en Wuhan y Corea del Sur, y aunque esto se nos antoja lejano, también nos lo parecían las primeras noticias del virus que llegaban de China y ahora muchos piensan que será mejor que Dios nos coja confesados. Nos encontramos en la «fase uno» como si de los «Encuentros en la tercera fase» se tratara, y lo que debería preocuparnos es si llegaremos a la última fase. En vistas del verano y el calor, a consecuencia quizá del largo encierro, la gente se ha echado a la calle sin demasiada cautela, a pesar de lo que recomiendan el gobierno y los científicos. El sol, las terrazas, los paseos, las playas dan el pego de una normalidad o «nueva normalidad» que en realidad no existe, porque el virus sigue ahí, todavía no se ha descubierto una medicina para acabar con él y a lo mejor -a lo peor- una vacuna efectiva tardará en llegar. Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Nos creemos muy fuertes, pensamos que los enfermos serán siempre los demás, sabemos que vamos a morir, aunque no sea por esta pandemia, y vivimos como si fuéramos eternos. Pero no lo somos.

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Yo creo que todo esto lo saben los que nos gobiernan. Pero se les plantea una disyuntiva: salvarnos de la pobreza o reducir al máximo los efectos de la enfermedad. Lo escribió alguien que firmaba Clara Giner en un tuit maldito; escribió: «¿Qué preferimos? ¿Media docena de ancianos inútiles muertos o toda la economía de un país absolutamente destrozada?». Pero lo cierto es que también mueren jóvenes y hasta niños. Y en vista de que se producen rebrotes en países tan civilizados como Alemania, contemplando las fotos del metro en París, oyendo el discurso de Donald Trump en Estados Unidos, viendo las terrazas de los bares en nuestras islas repletas de gente uno piensa que la muerte puede empezar a ser considerada como un mal inevitable, aunque nunca como un mal menor. Y sin embargo todos sabemos que en esta vida todo tiene arreglo menos la muerte.