Podemos tomarnos un respiro. Sin relajación, pero con la idea de que se ha pasado lo peor de la crisis sanitaria. En Menorca alcanzamos un máximo de 68 casos activos, el 7 de abril, y hoy son 29. Hay 10 personas en el hospital cuando hubo un máximo de 21 (8 de abril). Las altas superan desde hace una semana al número de nuevos positivos.
Hace 12 días que no entra nadie en la UCI. Sin embargo, el miedo no ha desaparecido. ¿Puede haber un repunte? Nadie lo sabe. La falta de test, que ni tan solo se han podido generalizar entre los residentes de los geriátricos, su personal y tampoco entre los sanitarios, ha sido desde el principio el gran obstáculo. Y el gran déficit de la gestión pública.
En Menorca, la sanidad no se ha colapsado. Hay un hotel preparado sin uso, de momento. Una clínica privada casi paralizada, con opciones de servir.
Algo deberíamos haber aprendido en estas cinco semanas de estado de alarma y confinamiento. Sobre todo, hoy deberíamos estar más preparados, con más conocimiento y más medios para prevenir y actuar ante un posible rebrote, que sin duda se produciría si actuáramos como si esto no hubiera pasado.
Cinco comunidades autónomas están pidiendo que la desescalada sea asimétrica, es decir que no sea «café para todos», sino que en zonas con mejor situación sanitaria se pueda abrir más la mano y permitir una mayor actividad económica. ¿Debería Menorca tener un trato específico, mayor flexibilidad para activar la economía, aplicando todos los controles y medidas preventivas? ¿Ser una isla nos puede convertir en una positiva excepción? ¿Alguien está trabajando en un plan con este objetivo? Hay que pensar a nivel global, pero nos conviene más que nunca actuar a nivel local.
La prevención no solo es sanitaria sino también económica. El coronavirus seguirá provocando nuevas víctimas cuando ya no sea una emergencia sanitaria. ¿Es el momento de poner el foco en ellas?