Ya nos ha entrado septiembre por las venas y podemos afirmar sin titubear que estamos vivos de milagro. Vaya veranito más movido, este año no ha hecho falta tirar de las típicas culebrillas informativas y nadie ha dicho ni mu sobre Gibraltar. Entre insectos exóticos mortales, latas de atún más chungas que tragarse un «Sálvame de luxe» sobrio, y la carne mechada con listeriosis, que el gobierno, humano y moderno, del sur ha gestionado como el culo provocando muertes de las que nadie se hará responsable, el verano ha sido un circo bastante macabro.
No nos olvidemos tampoco de tarados como el primer ministro británico, Boris Johnson, que se ha cargado la democracia en su país de un guantazo. Se quiere ir de Europa dando un portazo y por sus cojones, con toda la flema inglesa, y si para ello tiene que cerrar el Parlamento, pues se cierra y ya está, que las urnas están sobrevaloradas. Hablando de los ingleses y de su estúpido brexit que pagaremos todos, ellos comiendo bacon hasta que les salga por las orejas, y nosotros ahorrándonos guiris estampados al borde las piscinas mientras practican el noble deporte del balconing, me pregunto: ¿qué ha pasado con el mural contra el brexit del artista Banksy? Quizás ha tomado valor por su carácter premonitorio y alguien lo ha levantado y lo ha vendido por una pasta, o sencillamente no convenía que estuviera ahí y lo han boicoteado a conciencia. Todo lo que rodea a Banksy es un misterio, pero su obra mola un montón.
No han faltado tampoco DANA y gotas frías con sus correspondientes inundaciones que han hecho mucha pupita. Pero mira, ahí siguen tan tranquilos los negacionistas del cambio climático, amigos del tierraplanismo y la teoría creacionista. Los mismos que le cortarían el pescuezo a Darwin por hereje y mandarían de nuevo a los pies de la Inquisición a Galileo, a ver si se atrevía a murmurar aquello de: «Eppur si muove» («Y sin embargo se mueve», refiriéndose a la Tierra cuando le hicieron renegar de su teorías). Ellos son así, hombres gallardos y rudos, que se echan la mano a la cartuchera en cuanto oyen hablar de cultura, o de ciencia.
Hombres como Bolsonaro, que si tiene que quemar el Amazonas con napalm al estilo del personaje de Robert Duvall en la película «Apocalysis Now» cuando decía aquello de: «¡Qué delicia oler napalm por la mañana! Huele a quemado… huele a victoria», pues lo hace y punto, a veces su homofobia le pone de tan mala hostia que por algún lado tiene que sacarla. Y siguiendo con los incendios, que nadie piense mal, los que ha sufrido Gran Canaria, nada tienen que ver con esa modificación de la Ley del Suelo que permite construir en terreno quemado, ab-so-lu-ta-men-te na-da (releer muy despacito). Así que no me sean cospiranóicos, queridos lectores, pensando que alguien pueda sacar beneficio del mayor desastre forestal de los últimos seis años. No hay gente tan mala, ¿verdad?
Cojan aire y disfruten de las fiestas de Maó, por si la distopia se nos viene encima ya. Total, seguro que el otoño lo arregla todo, una vez que los menorquines con hijos en la universidad paguemos de media los 10.000 euros que nos toca, y que reduzcan la lista de más de mil personas para operarse, y soltemos la guita de la subida de la gasolina, los alquileres, el teléfono, o la luz, ya solo quedará que arreglen la carretera y todos felices, olvidando que un día vimos como morían las ortiguillas de mar rodeadas por bolsas de supermercado- ha quedado entre poético y ñoño a matar-. Feliz jueves.