Detrás de aquella estampa de aficionado al rock duro había un jugador de fútbol auténtico. Detrás de aquel imponente porte físico sobresalía una persona de elevada talla humana. Detrás de aquel hombre comprometido con familiares, compañeros y amigos había un tipo fundamentalmente sencillo, próximo, educado, respetuoso.
Adriano Marín siguió la semana pasada los fatídicos pasos de Lluís Viroll apenas unos días después. Dos excompañeros que posiblemente se habrán reunido ya en las alturas para echar unos toques al balón después de su prematuro y cruel fallecimiento.
Adriano fue un tipo siempre accesible, discreto pero capaz. Comenzó como suplente de Nofre en el Sporting Mahonés, en Tercera División, y acabó siendo capitán en el equipo de Segunda B del mismo club.
Fue el villacarlino un defensa central de los de antes. Poderío en el juego aéreo, rapidez en el corte y contundencia en el despeje sin evitar la noble intimidación al contrario. No necesitaba más exquisiteces técnicas para hacerse un sitio en el campo. Adriano caló hondo por donde pasó, tanto por sus prestaciones futbolísticas indiscutibles como, incluso más, por su catadura moral. No dudó, por ejemplo, cuando decidió marcharse del club mahonés por solidaridad con su entrenador tras la destitución precipitada e inoportuna del técnico.
El empleado de Gesa, natural de Es Castell, ha sido ejemplo en su corta vida de que no hace falta ser estrella ni sobresalir en una faceta única para llegar al lugar más alto que las circunstancias te puedan permitir. Al contrario, hay otro recorrido que puede acabar alojándote en el escalón superior, ese que transcurre por las coordenadas de la entrega, el compromiso, la actitud y el carácter de un buen hombre.
Esa otra vía fue la elegida por Adriano. Por tanto sus logros quedan como ejemplo de buen futbolista y mejor persona. Por eso su fallecimiento ha sido tan doloroso, por eso se le echará tanto de menos.