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Una de las tradiciones que se mantienen vivas es hacer el belén por Navidad, sobre todo entre las familias cristianas, pero también por parte de quienes dan valor a las tradiciones al margen de las creencias. Los personajes del belén serían hoy refugiados, emigrantes a punto de tener un hijo y sin vivienda.

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Es sorprendente comprobar como los partidos que están en contra de la inmigración cada día cuentan con más partidarios. Como la fake news de que solo vienen para aprovecharse de nuestros derechos, especialmente la sanidad y los servicios sociales se ha convertido en una verdad incuestionable. Nadie se acuerda de cuando el superávit de la Seguridad Social y el fondo de las pensiones se nutría de las cotizaciones de estos inmigrantes. No todos los extranjeros son vistos con los mismos ojos. Los del norte, que «quitan el trabajo a nuestros hijos licenciados» tienen buena prensa. Los de América central y del sur, quizás por el idioma, no molestan demasiado. En Madrid no hay un solo bar que no te sirva un ecuatoriano. Los del sur, de color distinto, muchos de ellos musulmanes, nos asustan y el discurso a favor de devolverlos a su remitente se extiende. No nos importa si su país está en guerra o si les espera una vida miserable. Nuestros derechos por cuestión de nacimiento están por encima a su derecho a vivir. Otro debate es el de la integración y qué medios se aplican para hacerla posible. A mí lo que me da miedo es el fomento de la xenofobia, como reacción a los miedos, porque aunque se vista de argumentos tiene mucho de sentimiento irracional. Y la práctica del odio ha dado terribles resultados en la historia de España y de Europa. Preocupa la falta de altura de los políticos, que acomodan sus discursos a las encuestas y renuncian a los grandes valores.

La globalización es imparable. No es muy ético que el mundo sea global para las mercancías y no para las personas. Imaginemos que nos llega un paquete de Amazon y dentro hay un niño refugiado. ¿Lo devolvería a su país?