El 30 de octubre de 1938, mientras por aquí estábamos en una guerra entre hermanos provocada por un golpista que al vencer se erigió en dictador, Orson Welles la lió parda, a su manera, en el país del tío Sam. Orson Welles adaptó la novela de ciencia ficción «La guerra de los mundos», de H.G. Wells, para hacer un guión radial. El genial director, guionista y actor, radió la novela en forma de noticiero, y a pesar de que al principio de la retransmisión avisaron de que era una dramatización, muchos oyentes pensaron que era cierto que hordas de extraterrestres les estaban invadiendo y se desató el pánico en Nueva York y Nueva Jersey, donde supuestamente llegaron las naves espaciales, la gente aterrorizada colapsó las comisarías.
Aquel famoso acontecimiento demostró varias cosas: primero, el gran poder de los medios de comunicación a la hora de manipular la voluntad de las personas. Segundo, que es relativamente fácil inocular el miedo a la gente para que actúe con las tripas y se olviden de que tienen un cerebro, esa masa de tejido nervioso que tiene unos cien mil millones de neuronas, y que algunos solo usan para evitar corrientes de aire entre oreja y oreja. Y tercero, que las masas fuera de control son muy peligrosas, porque superan la individualidad necesaria para la crítica y el raciocinio, y se mueve como un ente primario impulsado por la histeria colectiva.
Han pasado 80 años desde aquella retransmisión radiofónica, pero parece que algunos no han aprendido nada, que esas ocho décadas de avance del conocimiento para ellos han sido más oscuros que los días sin luz eléctrica en nuestra Menorca. (Breve inciso) Ya verán cómo, en esto de la luz, se diluyen las responsabilidades y la asunción de culpas queda en nada.
Y todos esos años no les han aportado nada, como decíamos, porque algunos siguen dejándose manipular por los señores del pánico, por los que entran en las gasolineras con el mechero encendido y se ponen a hablar de los peligros del fuego, por los ventajistas irresponsables que se les da igual el número de posibles víctimas con tal de alcanzar el poder, por los mezquinos manipuladores de sentimientos que solo buscan el beneficio personal, o el clientelista. En definitiva, por las viejas guardias, aunque las encabecen jóvenes rostros, que buscan perpetuar sistemas clasistas, reduciendo, además, libertades y derechos a marchas forzadas.
¿Les parece normal, queridos lectores, las movidas que se montan por un sketch humorístico con una bandera, por las letras de una canción, por una pintada, por unas marionetas, por un tuit, o porque cualquier persona dé su opinión, equivocada o no? No sé, llámenme loco, pero más movidas se deberían montar cuando nos roban el dinero de todos para gastárselo en orgías con amiguetes mientras a nosotros nos quitan camas de hospital, profesores o servicios sociales, por poner un ejemplo tonto, así al boleo. Es para fliparse, pero parece que si te colocas la bandera en el pecho ya puedes robar, mentir, estafar, conspirar (que igual viene de Cospedal), calumniar, amenazar, e incluso ejercer la violencia, que tienes una especie de patente de corso y no te va a pasar nada.
Pero, ¡ay amigo!, como cuentes un chiste que no les guste, o des una opinión que les rechine, irán a por ti sin descanso. Así que aquí estamos, saboreando una cerveza con los amigos, porque nunca se sabe qué artículo será el último. Hasta la muerte del derecho a réplica, cada día más cercana, les seguiré deseando un feliz jueves.
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