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Solo recuerdo que me encantó leerlo. Un artículo sobre el peine, de Emili de Balanzó, colaborador de esta casa. Toda una vida acompañado por este instrumento inanimado. Pues sin llegar a su exquisita exposición, quisiera hablar de ‘el sofá'. Ese sofá que te acompaña también durante buena parte de tu vida. Donde comes las palomitas, donde ves la película, o programa que te gusta. Donde das besos, donde llegas a dormir... hasta que llegaron ellos. El sofá se convierte de repente en un expositor de belleza al dar el pecho. Y en el mueble perfecto para agarrarse y empezar a dar los primeros pasos. También se convierte en el escenario perfecto para compartir las palomitas con ellos, ver pelis infantiles, darnos besos y abrazos, y muchas cosquillas. Nos hemos reído, hecho los deberes, leer, se han dormido, han vomitado, se han hecho pipí, lo han pintado de arriba abajo. Se ha lavado tropecientas veces. Y ahí está dándonos aún servicio. Con sus manchas de experiencias, de esas que por más que limpies ahí están. No hay cobertor suficiente para estas fierecillas que saltan de uno a otro lado como acróbatas.

pero lo fantástico del sofá es la similitud que puede llegar a tener con el sombrero chistera. Por ejemplo, llevábamos varios días sin saber de la agenda escolar de mi hija, pues haciendo limpieza la encontramos debajo del sofá. Monedas, coleteros, horquillas, piezas de madera de construcciones salen por doquier. Es un coladero para mil objetos. Otra de las cosas que solemos perder por casa es el móvil o la tableta, pues seguro que siempre se encuentra en el sofá. Escondido, hundido entre las ranuras del mismo o por los pliegues del cobertor. La cuestión curiosa es que a veces buscas y destripas el sofá y no encuentras nada. Y vuelves a remirar por casualidad y allí está lo que necesitabas. Llamase el sofá de casa, o los sofás del coche. O los sofás del abuelo.

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Me gustaría cambiarlos. Y verlos impolutos, bellos, sin manchas,... pero le doy unos años más de batalla antes de que pase al baul de los recuerdos. Sé que debería ser más estricta con el uso del sofá pero hasta a los adultos se les ha caído el café y la taza de chocolate en él. ¿Qué haces? Te enfureces con el adulto, pues en un principio sí. Hasta que te pasa a ti, y entonces rebajas el tono. Y ya cuando les pasa a los pequeños, pues ya llega tu conformismo. «Bueno ya vendrá otro sofá que nos quiera como este nos está queriendo».

Los fabricantes, ni uno que conozca, hacen sofás pensando en los niños. Hay hoteles sin niños pero un buen sofá es aquel que sobrevive a un niño hasta que éste cumple 6 años. Un sofá así seguro que tiene garantía.

@sernariadna