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Hoy se juega la final del Mundial de fútbol en Moscú. Lo que todos están esperando. El desenlace tras semanas de incertidumbre. España cedió la corona que ganó en Sudáfrica a Alemania; y los alemanes también han tenido que abdicar al perder ante México y Corea del Sur. ¡Qué difícil conservar el cetro! Los rusos cayeron en los penaltis. Quien a hierro mata, a hierro muere. Nunca mejor dicho. Solo dos llegan a la final. Solo uno puede ganarla. Euforia y orgullo para el vencedor. Hacer algo que valga la pena y que podamos compartir. Sentirnos superiores. Trofeos que viven en vitrinas para recordar lo conseguido. Gestas que nos exigen el máximo de nuestras capacidades.

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Como sacar a un grupo de niños de una gruta submarina, buceando y sorteando mil peligros. Una labor altruista que nos permite olvidar tanta mezquindad. Colaboración sin fronteras para salvar vidas ajenas. A veces vamos en dirección contraria y nos adentramos en cuevas oscuras de las que nos costará mucho salir. Hay actitudes que nos entierran en vida, nos incomunican, desmoralizan y enemistan. Abramos la mente para que entre aire fresco y podamos respirar.

Para meter un gol hay que chutar. A veces, pasar el balón al compañero. Tener fe hasta el último minuto. Podemos forzar la prórroga. Y si con esto no basta, siempre nos quedará el portero para obrar el milagro. Acierto nuestro o fallo del rival: el resultado nos dirá si somos héroes o hay que cambiarlo todo.