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Es una reivindicación eterna y oportunista y además sirve para desviar la atención, de modo que tenemos OSP y descuentos del 75 por ciento con Barcelona hasta las elecciones. Vuelven las pedradas frente a la sensatez del acuerdo en algo, quizás lo único, capaz de unir la reivindicación menorquina.

La OSP se justifica para evitar el aislamiento y garantizar con subvención pública el transporte entendido como elemento estratégico para el desarrollo de un territorio. Por eso Menorca tiene una OSP con Madrid porque esta línea no despertaba interés en el mercado libre y se había quedado desierta. Otro tanto debe ocurrir con Cuenca y con Badajoz y con cientos de poblaciones a las que ninguna OSP las rescatará del aislamiento, «hay dos Españas: una urbana y europea y una interior y despoblada. La comunicación entre ambas ha sido y es difícil. A menudo parecen países extranjeros el uno del otro. Y, sin embargo, la España urbana no se entiende sin la vacía», dice Sergio del Molino en «La España vacía (2016)».

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El segundo punto a tener en cuenta es que las cuestiones económicas con reflejo en los presupuestos generales del Estado han de plantearse en esa negociación, como ocurrió el año pasado con nuestro sobrevenido amigo canario Pedro Quevedo.

Y tercero, es una reivindicación para plantear desde la realidad de la doble insularidad. No es un problema balear, sino menorquín. Mallorca, que nos cobra 5 euros por el bus del aeropuerto y ecotasa igual que a los turistas alemanes, siempre sale beneficiada de rebote de los pequeños logros de las islas menores, a pesar de que el problema no tiene ni punto de comparación. Y eso, justamente, las comparaciones deben hacerse desde la sensatez porque ni Cuenca ni la Renfe antes son responsable de la negativa a la OSP con Barcelona.