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En una sobremesa entre amigos, Rosalía recordaba la etapa en la que vivió en un tipi, donde no tenía agua, más que la que recogía de la lluvia, donde no tenía luz, se alumbraba con velas. Una etapa donde compraba siempre la ropa de segunda mano, donde se apañaba con los cuatro duros que sacaba vendiendo en los mercadillos callejeros y comiendo del pequeño huerto que tenía. Rosalía recordaba con nostalgia, desde la atalaya de los cincuenta años, aquella etapa maravillosa en la que, según ella misma afirmaba, vivieron como auténticos hippies. María escuchaba con atención la historia, y pensó que ella vivió igual que Rosalía, pero no en Menorca, sino en las calles de Medellín, por lo tanto no vivió como una auténtica hippy, sino como alguien muy pobre. Obviamente no sentía nostalgia alguna por aquella etapa de su vida.

Sin perspectiva estamos más perdidos que un pulpo en un garaje. El egocentrismo, el etnocentrismo, y esa memoria cortoplacista que nos acompaña, hacen que una y otra vez equivoquemos el diagnostico y por lo tanto la solución. Incapaces de escupir sobre los cristales de las famosas gafas con las que cada uno ve el mundo, para después limpiarlos con un pañuelo, nos dejamos guiar por un rebaño político que a su vez sirve a un oscuro club económico. Y en ese entramado perverso ni dios dice la verdad, porque las consecuencias serian imprevisibles.

Por lo tanto cuando el juez dice aquello de: «Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad», está pidiendo directamente un imposible. Porque la verdad puede estar llena de matices, que nos deberían hacer dudar. Tal vez no tan metódicamente como Descartes, que después de ponerse pesado con eso de que dudáramos de todo, echo mano de dios y cerró en falso todo el trabajazo que se dio. Pero sí para que nos tomemos un tiempo de reflexión antes de soltar la primera parida que se nos pasa por la cabeza.

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Además de las diferentes aristas que tiene una verdad, mentir desde el corazón se hace imprescindible. La sinceridad más radical haría insoportable la vida. Sin embargo, queridos lectores, es muy diferente mentir desde el corazón que hacerlo desde la cartera.

Los artistas más consumados en el arte de mentir desde el bolsillo pertenecen a la clase política. En ese afán por convertirse en partidos atrapatodo, que no quieren dejar que los votos se les vayan ni por un lado ni por el otro, mienten más que hablan. Y además son incapaces de la más mínima autocrítica, porque como se meneen un poquito se quedan fuera de la lista cerrada que les garantiza el cómodo sofá público. Estos personajes de la partitocracia, no es que le vean aristas a la verdad, es que les importan un carajo vivir de la mentira. Con la conciencia reducida a un átomo, en la mentira se vive de lujo.

Todo este rollo patatero le importan muy poco a María, ella sabe lo que es pasarlas canutas de verdad. Vivió la violencia muy de cerca, cuando Medellín estaba invadida por la droga y ahogaba cualquier esperanza. Sabe lo que es emigrar para sobrevivir. Sabe lo que es pelear contra el abusador que veía en una mujer inmigrante sin papeles una presa fácil. Sabe todo eso y no miente cuando le cuenta a Rosalía, que es su amiga de verdad, lo diferente que es vivir sin luz por voluntad y durante un tiempo, y lo que es hacerlo porque no la puedes pagar. Puestos a elegir entre verdades yo me quedo con la de María, porque son de las que aprendo. Y créanme que no miento cuando les deseo, de corazón, un feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com