Las piedras no duermen como creíamos: en un rincón de Menorca han despertado y, como alguien dijo el pasado domingo en Líthica, en el primer aniversario de la asociación Amics de Punta Nati, este paisaje tan curtido de la costa norte de Ciutadella se resiste a vivir su propio naufragio. Ha pasado ya un año desde que este grupo decidiera unirse y recolectar miles de firmas para concienciar a la ciudadanía —que sí duerme, como antes creíamos que dormían la piedras— y para defender el patrimonio cultural y etnológico que pretenden atrincherar en un negocio privado, sobredimensionado y con el beneplácito de las instituciones: la ampliación del megaparque fotovoltaico de Son Salomó, que se convertiría, con sus más de cien hectáreas, en el tercero más grande de España.
La energía limpia, en eso sí coinciden todos (coincidimos todos), es una prioridad para Menorca (ya vamos tarde, con el título de Reserva de la Biosfera de la UNESCO medio apaleado), pero no secuestrando cualquier emplazamiento y tampoco permitiendo la gestión y el negocio del sol a cualquier multinacional que haga caja en dirección opuesta a la soberanía energética. Medioambiente y cultura son lo mismo, identidad y patrimonio son también sinónimos, que nadie juegue con conceptos fáciles para salvar los negocios particulares.
Las proyecciones de imágenes de esta zona (algunas se pueden ver en la página web de la agrupación: www.amicsdepuntanati.com) todavía sobrevuelan las cabezas de los asistentes y es que el paisaje habla mejor la lengua de la tierra que cualquier artículo. En la velada, Carmela Sánchez, presidenta de la asociación, recordó las palabras de Joan J. Gomila en «Dotze mil quilòmetres», un texto que aparece en «Mianorca», el libro coordinado por Damià Coll: «Què defineix el nostre paisatge? Ni les platges verges, ni els plans de l'interior, ni l'illa que som, ni la mar que sempre veim. Nosaltres som fills d'una roca gravada amb traces de paret seca». Luego, por el escenario de marés, desfilaron una decena de artistas —músicos, poetas y bailarines—, que se sumaron a la reivindicación de un paisaje que respiraba de fondo en la instalación de Nuria Román: un enderrosall coronado por banderas blancas, banderas de paz y de auxilio a aquellos que velan (o deberían) por el bien común y el futuro de las huellas dactilares de Menorca.
Buena parte de esta área, que habla del pasado de las gentes de Menorca —de «la tenacitat del pagès», dijo uno de los poetas—, que conforma un conjunto paisajístico único en el Mediterráneo con sus barraques, sus ponts de bestiar, sus restos arqueológicos y su cuadrícula del tiempo y de la relación humano y la naturaleza, ha de ser, como exigen los Amics de Punta Nati, declarada Bien de Interés Cultural (BIC), también lo reivindica Líthica, la Societat Històrico Arqueològica Martí i Bella y otros expertos que insisten en que la aprobación del proyecto tal y como se plantea no sería un mero «peaje» sino un atentado contra el patrimonio. Por eso proponen la reducción del parque (incluido el ya existente) a cincuenta hectáreas. Para el resto, seguro, se puede buscar otro espacio.
El domingo también se recordó cómo se despreció en su momento el posible valor de la Menorca Talayótica que ahora aspira a ser Patrimonio de la Humanidad; lo mismo con las luchas por recuperar para los menorquines el Camí de Cavalls o las protestas para proteger del hormigón a las playas vírgenes que ahora son el gran imán turístico: esas luchas también fueron molestas entonces para algunos, pero, por suerte, una obligación moral para los que sabían que estaba el futuro en juego.
Creo que todos los ciutadellencs y los eternos forasteros que hemos tenido el privilegio de vivir en este municipio tenemos una historia personal en esa esquina de la isla: es el pasado de Menorca y es el pasado de cada uno en cada piedra. Tal vez deberíamos (todos) pasear de nuevo (o por primera vez) por allí, buscar en la memoria de las piedras ese batec del que habla esta asociación que esperemos que pronto sea innecesaria porque el paisaje se haya protegido por ley como corresponde y las energías limpias hayan encontrado un lugar adecuado y unas dimensiones acordes con una isla autoabastecida, gracias a la gestión pública, de sol y de viento.
Yo también tengo mi historia en ese rincón de la Isla y desde aquí planto mi pequeña bandera blanca para invitar a las entidades ecologistas que todavía no se hayan sumado y al Govern balear y al Consell insular a la reflexión y a la práctica de la visión a largo plazo. Lo dije ya, lo importante es la esencia de una tierra que se ha de preservar con una gestión a la altura del paraíso; solo así podremos celebrar largos años más de amor a Punta Nati.