En septiembre de 1994 Marcos Alegre, un joven de trece años residente en Ballobar (Huesca), sufrió una caída sin importancia de la bicicleta. A los tres días, sin embargo, empezó a sangrar de forma abundante por la nariz. Los médicos del Hospital de Lérida explicaron a los padres que su hijo se encontraba en situación de alto riesgo hemorrágico y que necesitaba una transfusión de sangre. El matrimonio, testigos de Jehová, se negó a practicarla debido a sus creencias. Ante el delicado estado de salud del joven, los médicos solicitaron autorización judicial para practicar la transfusión. A pesar de que el Juzgado concedió la autorización, finalmente no pudo llevarse a cabo porque el menor se negó en rotundo. El estado de nerviosismo y excitación en que se encontraba el joven podía desencadenar una hemorragia cerebral. Los médicos pidieron entonces a los padres que intentaran persuadir a su hijo para que aceptara la trasfusión. El matrimonio se negó porque tal decisión iba en contra de sus creencias y de las que habían inculcado a su hijo. Tras acordarse el alta voluntaria, los padres buscaron otros especialistas que les ofrecieran un tratamiento alternativo para Marcos. Todos los esfuerzos fueron en vano. Desesperados por la situación, el matrimonio decidió volver a su domicilio con el hijo. Su estado físico empeoraba por momentos. Pasados unos días, un juez ordenó la entrada en el domicilio familiar y el traslado del menor para que recibiera el tratamiento médico necesario. De nuevo, los padres se negaron. Cuando Marcos llegó al hospital, se encontraba en coma profundo y, aunque se le practicó la trasfusión, no pudo evitarse su fallecimiento apenas doce días después de la caída de bicicleta.
¿Tiene caldereta sin langosta?
Los hace sencillamente hombres
09/07/17 0:00
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