Empecemos con dos verdades de Perogrullo: una, el miedo es natural y humano. Dos, es valiente el que supera sus miedos, no el que no los tiene. Pero el miedo, muchas veces infundado, también es un negocio boyante. Y lo saben políticos y empresas de seguridad.
Hace no mucho se publicó que Securitas Direct empleaba una estrategia de venta muy agresiva y muy poco ética. Sus comerciales iban por las urbanizaciones llamando a los telefonillos y diciendo: «Vengo a instalar la alarma por lo del robo… ay, perdón, me he equivocado es en otra casa». Lo hacían para fomentar la falsa alarma entre los vecinos de que en la zona había una oleada de robos. Después los comerciales pasaban de nuevo ofreciendo sus servicios y los clientes caían como moscas movidos por un miedo infundado. «Susto o trato» que diría un niño de Texas en Halloween.
Por cierto en Texas, EEUU, que mal comen, es más fácil, estadísticamente, que mueran por un rayo que les caiga en la cabeza, que por un ataque terrorista, sin embargo la paranoia ha cundido alentada por los medios de comunicación serviles y sensacionalistas, y el negocio de seguridad y el gasto armamentístico van viento en popa. Y eso que un norteamericano como tiene más posibilidades de morir es acribillado por un blanco loco, recordemos que en la patria del Pato Donald, y de Donald Trump, te regalan un rifle de asalto con cada caja de donuts. Pero eso da igual, no vamos a parar el bussines de las pistolas por un quítame de ahí la manipulación de unos datos.
Así que ya ven, queridos lectores, hay que andar con mil ojos. Tenemos que estar alerta y preparados sin bajar la guardia ni un momento. Movernos con agilidad felina y tener los reflejos más entrenados que un monje Shaolin. Y aún así toda precaución es poca, seguro que en algún lugar, en algún momento, nos la van a colar doblada sin que nos dé tiempo a reaccionar. ¿Y por qué tanta precaución?, que eres muy cansino. Porque ha llegado el verano, y con todo lo bueno que trae, también nos pone en situaciones de riesgo que no se dan en otras épocas.
Y no me refiero a la posibilidad de que nos caiga un turista borracho encima de nuestras cabezas mientras practica balconing, eso se lo dejamos a nuestros vecinos mallorquines que, desgraciadamente, tienen más experiencia en esos aferes. O a que una horda de medusas, hasta los tentáculos de mercurio, se cebe con nuestra piel en lo que debería ser un plácido baño. Ni tan siquiera a que un guiri espabilado time a los hoteles con el truquito de la indigestión para pedir indemnizaciones, tienen más mala onda que la Dama de Hierro cuando represaliaba a los mineros. Me estoy refiriendo, redoble de tambor, a las famosas clavadas veraniegas que vuelven por sus fueros.
Cafés a 4 eurazos, latas de cerveza calientes a 6 eurazos, una ensalada mixta con lechuga iceberg que sabe a corcho 19 eurazos, platos de paella congelados con guisantes que parecen canicas a 40 eurazos, mojitos con más agua que arte habanero a 20 eurazos, la lista de clavadas estivales, aprovechándose de nuestro relax veraniego, es infinita.
De todas maneras debemos intentarlo. Vayamos al chiringuito sin alteración del ánimo, sin angustia, en busca de esa cerveza y esas tapas para disfrutar del merecido verano. Si después debemos pedir un crédito para pagarlas tranquilos, llamaremos a Montoro, si le ha soltado 60 mil millones a la banca sin pestañear, no creo que nos ponga problemas por unos eurillos de nada. Feliz jueves, a poder ser sin miedo.
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