Ojalá que en Menorca no pase lo que pasa en Madrid con el tomate. No sé qué es lo que estamos haciendo mal, pero los tomates han dejado de tener aquel sabor y aquel olor que era poner sobre una rebanada de pan un tomate rayado o simplemente estrujado en la vecindad cómplice de un chorrito de aceite de oliva, y tenía un desayuno glorioso.
Ayer mismo en pleno barrio de Salamanca en una cafetería del Madrid elegante, donde a veces desayunamos cuando vamos a ver un par de galerías de la zona si me avisan que han colgado buena pintura. Por no querer yo alejarme más en mi comentario, tomamos una mesa pues me acompañaba María, íbamos a ver pintura. Pedimos dos cafés y dos tostadas con tomate; cuando nos dejaron sendos desayunos en la mesa, se me cayeron los palos del sombrajo. Eso sí, el tomate rayado venía en sendas tacitas de cristal muy cuquis, muy buen puesto, pero el color ¡ay el color!, era el de una calabaza a medio madurar, casi blanquecino, sin olor y por añadidura sin ningún sabor que me recordase aquellos otros tomates que solía comer directamente de la mate en el huerto de Son Marquet o de La Alcarieta Vella, y aun aquellos otros que recordando mi telúrico origen, siembro algunas veces en la huertecita de mi casa madrileña.