Pasa una temporada turística y otra y otra... con los correspondientes intervalos invernales y ya han transcurrido diez años desde que en 2007 Joana Barceló firmara el convenio de carreteras con la entonces ministra de Fomento, Magdalena Álvarez.
En este decenio, más allá de la variante de Ferreries, el paisaje de la vía principal de la Isla no ha sufrido otros cambios que la presencia de los mamotretos inacabados, el movimiento de tierras entre Maó y Alaior y una línea continua amarilla como vestigio lamentable de aquellas obras abortadas por el actual equipo de gobierno del Consell Insular mientras barrunta una alternativa.
Imposible que el debate no regrese cíclicamente a las redes sociales y a la calle cada vez que se suceden accidentes en la carretera indispensable de la Isla.
El tiempo perdido no hace otra cosa que alimentar las posiciones más enfrentadas mientras la presión del parque automovilístico en temporada alta crece y deriva en un juego a la ruleta rusa porque la estadística indica que solo ha habido dos víctimas mortales en los dos últimos años. Ahí entra el componente de la fortuna y la seguridad que ofrecen los vehículos modernos para amortiguar los choques frontales que se repiten con cierta frecuencia en una vía de un solo carril por dirección.
La irresponsabilidad de algunos conductores, auténticos delincuentes al volante, como artífices de muchos de los siniestros no debería tomarse como argumento para validar un tipo de proyecto sobre otro en el que no se eliminen los peligrosos giros a la izquierda.
Por muchas medidas persuasorias que aplique la Dirección General de Tráfico, siempre habrá conductores potencialmente peligrosos, con vías anchas o estrechas. Pero cuanta más opción de escape exista menos posibilidad habrá de que los accidentes provocados por insensatos tengan consecuencias fatales.