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Mamá tengo una pupaaaa», le das un besito en la pupa y se van escopeteados a jugar. Qué bello invento el de los besos. De esos que todo lo curan y devuelve la tormenta a la calma. Me maravilla la mente de infante con toda su inocencia que viene a decirte que se ha hecho un raspón o un chichón y lo reducen a la expresión 'pupa'. Y están deseando que le des el beso que cura todos sus males. Y están tan convencidos que te lo hacen creer. ¡Vamos!, te hacen creer que tienes súper poderes de madre o padre. Después están sus besos. De esos que arrastran como un caracol, entre baba y moco, dejándote la señal del camino desde su inicio hasta el final. Hay otros besos rápidos. Otros de vergüenza que se agazapan entra las piernas de los padres, o entre su cuello y, solo salen dos ojillos para ver a la persona que se los pide. Y los besos al aire, como aquí se dice «dale un ba». Su manita menuda los aprieta contra sus diminutos labios y con intensidad en el brazo te los lanza al vuelo.

Cualquier beso me sirve para ponerme buena. Hoy me levantaba griposa y decidí estar unos minutos más en la cama mientras mi pareja hacia desayuno y atendía a los niños. Mi mayor de dos años no convencida de mi actitud, pues no es lo normal decide venirse a mi cama y darme una imaginaria tarta de chocolate, y no una sino dos. Y una de ellas con nata por encima. Las trae en su trasportín de tartas y la abre como tantas veces fuera necesario. Después la trae con un vaso de agua de verdad y una cuchara. Y vuelta a las andadas, a dar de comer a mamá sí o sí. Su intención era que me pusiera buena. Y a los quince minutos lo consigue. Dopada con ibuprofeno -antes mi pareja me había dado una pastilla efervescente para el resfriado-, le digo a mi hija que me ha curado con sus dulces cuidados. Me da la mano para que me levante bien erguida. Me acompaña hacia donde están las zapatillas, me las pongo y me lleva de su mano al salón comedor. ¡Para comérsela a besos! De esos que te cobras cuando lleva un día entero diciéndote 'no' con rotundidad.

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Más tarde tomando el café del día en un bar los besos los cambia por 'noes' contundentes y sonoros. Sobre todo uno en particular. Ni una ceja levanto. Una mujer se gira hacia nuestra mesa y se ríe cómplice. Después en el coche le digo a mi hija que no me ha gustado su actitud. Pues quería a toda costa la mitad del croissant de su hermano. Pero ella no es más que su hermano ni tampoco menos que él. Y viceversa. Siempre se lo repito. Y que les quiero con locura. Sale un asentir de su minicabeza de dos años y medio. Y me la miro queriéndo comerla a besitos. Pero ahora estaba educando y debe entender el mensaje. Después que no dude que la besaré hasta hartarme.

@sernariadna