A mediados de marzo, con un tiempo casi veraniego, decía yo que cuando marzo mayea, mayo marcea. La gente de Madrid sale de la capital como quien huye de algo hostil. En el fondo tienen toda la razón, Madrid puede llegar a ser francamente hostil. Sales a la calle, un suponer, cuando apenas clarea el alba y nadie da los buenos días y tampoco por eso al anochecer se dan las buenas noches. Nos ignoramos y eso que somos de la misma tribu.
Pasas a un bar o cafetería, cuanto más elegante peor, si a la hora de pagar descubres que te has dejado la cartera encima del taquillón de la entrada, entonces que Dios te coja confesado porque te pueden montar un pifostrio de no te menees; esa excusa sincera de «perdone usted, es que me he dejado la cartera, mañana le aforo lo de hoy» no le va a servir de nada. Saldrá bien librado si no descuelgan el teléfono y llaman a la Policía municipal.
Bueno, a lo que iba, en nada que el 'Manolo' calienta un poco y las mozas se ponen de blanco, algunas con prisa para enseñar el ombligo, que para mí tengo que es la única cicatriz bonita y si me apuran con un toque erótico, parece como una señal para que el personal se eche a la carretea para acabar invadiendo los hermosos pueblos de los alrededores de Madrid o de Segovia o de Guadalajara.
Los restaurantes con horno de leña suelen tener estos días, sobre una larga mesa, las cazuelas de barro con lechoncillos abiertos en libro, con un color avellana que da gusto verlos, o las paletillas de cordero o cabrito y esos efluvios que entran por la nariz y llegan al mismísimo rincón del alma donde la boca y la memoria se nos alborotan al recordar que un cochinillo sobre una cazuela de barro rustido al calor de una buena madera de encina, solo necesita tres cosas más para ser sublime: una jarra de barro castellana con un buen tintorro, una hogaza de pan como Dios manda y la compañía de la mujer que amamos. Cuando esas bienaventuranzas se dan cita alrededor de la mesa, como a mí me pasó el día de San José en la bodega del asador Antigua Casa Patata, pues es gloria bendita, esta casa fue fundada en 1920 en Torrelaguna. Les puedo garantizar que como este amante de la buena mesa es agradecido, di gracias a Dios por concederme un anticipo de como creo yo que debe ser el cielo. Un servicio eficaz, atento, sin carecer de esa necesaria cualidad del buen gusto que tanto echo a faltar en otras ocasiones.
Delante, una entrada de migas castellanas en cazuelita de barro coronadas con unos granos de uva que parecían huevos de codorniz, un paté de jabugo para untar en pellizcos de pan de hogaza, un chorizo en cazuela y ya con el estómago atemperado, le entré al cochinillo con su piel brillante, churruscadita que se te fundía en la boca. Una exquisitez que le lleva a uno a encargarse a sí mismo un próximo día para que me vuelvan a servir exactamente lo mismo y con la misma compañía. El cochinillo en horno de leña es un milagro del buen yantar. En ese mismo local he disfrutado en otras ocasiones la simpar cocina de Casa Patata en el atractivo marco de un comedor único que en tiempos fue una bodega para envejecer el vino.