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No me gustan nada los tipos duros, los que van con un perfecto afeitado, un traje italiano a medida y una arrogancia sin límite. No me gustan nada las personas que siempre hablan de «echarle cojones» a la vida. No me gustan los de patada p'alante caiga quien caiga y siempre van por la calle de en medio. Los que dicen todo lo que piensan, y muchas veces no piensan lo que dicen. Los rudos de peli, los que van de sobrados despreciando todo lo que no esté a su altura. No me gustan los que piensan en la violencia como primera opción, como única opción. No me caen bien los que simplifican lo complejo con argumentos básicos de digestión fácil. No me gusta que el mundo esté en las manos de este tipo de gente. Sin embargo lo está, y nosotros algo tendremos que ver con su éxito, quizás porque por activa, o por pasiva, les hemos aupado a lo más alto. Y su éxito es, sin duda, nuestro fracaso.

Sí, queridos lectores, ya sé que ganó el Séptimo de Caballería por más que nuestra simpatía estuviera con los Sioux. Y sí, también sé que las religiones lo petan porque cada una de ellas, a su manera, promete un mundo mejor después de este a todos aquellos que lo pasan canutas. Sé también que la historia es implacable y nos da muestras continuas de la bajeza moral de la que es capaz nuestra especie. Sé, además, que se tiene que tocar fondo para que algo se mueva.

Y sé también que a veces sonreírle a la vida porque sí, queda más falso que la sonrisa de Melania Trump cuando la mira su marido. Sé que el Cola-Cao deja grumos y que el Nesquik se disuelve de forma instantánea, menos el bote que apareció en un supermercado con medio kilo de cocaína. Vaya sorpresa, sabía que el café viene de Colombia, pero nunca imaginé que el Nesquik también viniera de las tierras de Pablo Escobar.

Y ante un panorama que provoca desazón, y ante tanta leche chocolateada de imprevisibles efectos secundarios, molaría conocer a «El hombre extraño», aquel al que cantó Silvio Rodríguez, aquel que lo iba besando todo, «cuando salía a la calle le iba besando al barrio, las esquinas, aceras, portales y mercados y en las noches de cine, (también las de teatro) besaba su butaca y la de sus costados». Aquel que cuando murió algunos dijeron que a la Tierra le salieron labios.

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Sé que a los machos alfa de la opinión, a los de la testosterona en la pluma, a los de la caverna que tiran de ejemplos marciales y rancia tradición, les parecerá una autentica ñoñería, una mamandurria blandengue, pero sinceramente, lo que piensen los machos cabríos del siglo pasado me importa una mierda.

Así que por qué no copiar al hombre extraño, por qué no besar los pies de un bebé, el rostro de un amigo, los labios del amante, la frente del herido. Por qué no dar besos intensos, apasionados, o besos inocentes y tiernos. Por qué no besar con dulzura, con cariño, con amor. Millones de besos, lluvia de besos, olas de besos y más besos que ablanden corazones y atemperen la ira. Besos que escandalicen a los escandalizables y que revolucionen a los revolucionarios. Besos que despierten conciencias y manden a dormir a los odios. Besos para enterrar en condiciones el pasado y para darle una oportunidad al futuro.

Mientras otros levantan muros y empujan con saña a todo el que pueden al mar, nosotros demos besos que levanten puentes y sean el germen para que la historia diga que en nuestro tiempo no solo había sicópatas y cobardes, sino también personas que daban besos. Un beso y feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com