A los héroes de verdad no les hace falta llevar la capa todo el día ni tampoco el antifaz. Ni ir pregonando por las redes sociales si ahora hacen esto o si luego harán aquello. El mundo está plagado de héroes silenciosos que justifican su condición de súper hombre o súper mujer apelando al trabajo y disfrazados de personas corrientes. Y ayer colgó la capa uno de mis preferidos.
Ayer se jubiló Pedro Gelabert Vidal, mi tío, o como me gusta llamarle, es conco Pedro. Se trata de una de las mejores personas con las que me he cruzado a lo largo y ancho de este planeta, una persona trabajadora, cumplidora y más preocupada por los demás que por él mismo. Altruista, creo que lo definiría bien.
Pone punto y aparte a un porrón de años trabajando y dando lo mejor de si mismo sin necesidad de que nadie lo espoleara con memeces como primas por objetivos, plus por rendimiento o empleado del mes. Lo ha hecho todo y todo bien porque era su labor y porque dio su palabra al comprometerse, algo que hoy en día se ha perdido.
Es conco Pedro nunca ha hecho lo mejor o lo peor, ha hecho lo que tocaba, y siempre de modo servicial y con compromiso sin tener que pensar que hacerlo le ayudaría a recibir un aumento o a ascender. Con ello se ha ganado a pleno derecho tumbarse a la bartola y disfrutar de una merecida jubilación zambulléndose entre sellos, su nueva pasión, con los compadres del Ateneo.
La verdad es que soy un afortunado. De mi padre he heredado, entre otras cosas, su paciencia y la capacidad de ir tirando aunque todo a mi alrededor invite a arrojar la toalla. De mi tío Pedro he aprendido su constancia y su bondad y de mi tío Miguel, su capacidad de mantener la calma en mitad de una tormenta, su curiosidad aunque no tan práctica y a escuchar.
Son tres de mis héroes que ya no llevan capa pero a los que estaré por siempre agradecido. Puede que para el mundo hayan sido solo tres personas, pero para mi estas tres personas han sido un mundo.
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