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En torno al fallecimiento de Rita Barberá, creo que solo debería de haber primado lo estrictamente humano. No era el momento de señalar comportamientos de unos o de otros, las más de las veces, lamentablemente, en función de intereses partidistas. No obstante, debo señalar que aquellos que en las horas tristes de la Barberá, la desvinculaban de su partido, diciendo aquello tan ruin «no, esa persona ya no está en el partido», y ahora hablan como si no la hubieran echado nunca, cuando fueron ellos precisamente los que la negaron el pan y la sal.

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Recuerdo, inevitablemente, la muerte de don Adolfo Suárez. Allí estaban, compungidos, más de uno que en vida lo negó más de tres veces, cuando hacía sólo unos años atrás que se excusaban de todo tipo de relación con él. Pero en su funeral lo cubrían de halagos y lisonjas. «Si Pedro no negase a Cristo como negó, otro gallo le cantara mejor que el que le cantó». Debe ser condición humana que cuando vienen mal dadas no conocemos ni a quien nos parió.

Ayer escuché en televisión una queja muy gráfica: «se parece a la mafia, que cuando mandan eliminar a alguien, luego mandan al funeral la corona más grande».