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Somos, en muchas cosas, extremados. El término medio, se conoce que nos coge muy a contrapelo. Hace tan solo 3 o 4 días que se podía ir por Madrid en mangas de camisa, que tampoco por eso es que estuviéramos en primavera, y de pronto…¡zas!, en Soria a 5º bajo cero y a 4º en Burgos. A la meseta de Burgos le cuesta muy poco ponerse a -4º o -10º, todo sea por hacer cierto lo que decían las gentes del campo «aquí solo hay dos estaciones, invierno y verano». Otros afirmaban, y aún lo hacen, que por estas tierras castellanas, o te hielas o te asas. Como el escribidor vive en el campo, sin otro accidente urbano que le socorra, sabe que tendrá que poner la caldera de la calefacción durante seis meses y los días que toque en plan bucólico, la chimenea. Eso de la chimenea se me está haciendo un ejercicio reverencial, un si es no es, una cosa íntima, espiritual, una manera de combatir un frío intenso con la gratitud de tener un buen fuego con unos troncos chisporroteando mientras releemos un libro antiguo sobre la caza y la gastronomía de las becadas de una apasionada becassier de los bosques franceses. Con qué poco puede uno ser una persona agradecidamente feliz.