Nombrar a Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William S. Burroughs es nombrar a la Generación Beat, esa que agrupó a aquellos jóvenes escritores norteamericanos que se opusieron a la represión y conservadurismo norteamericanos de los años cincuenta e iniciaron el camino de la contracultura cuya sombra artística llega hasta pasado mañana (no solo en tierra literaria). El Centre Pompidou de París —sí, pisar al fin París, como quien logra tocar una cima, uno de esos ochomiles— ha dedicado una exposición a este movimiento que tomó el nombre del significado de beat que apuntaba a derrotado o marginado (beat down), y que se popularizó tras la publicación, en 1952, del artículo de John Clellon Holmes en el «New York Times Magazine», «This is the Beat Generation». En 1959, Kerouac quiso sugerir otro sentido del término hacia la beatitud, por esa tendencia hacia el pensamiento oriental y la meditación (y el peyote, entre otros viajes), que los caracterizaba.
La muestra, con más de medio centenar de documentos, estaba presidida por una columna vertebral de 36 metros que custodiaba el papiro mecanografiado por Kerouac de «En el camino» (On the road), de 1957. Esta obra preside también el corpus —junto con el poema de 1956 «Aullido» (Howl) de Ginsberg («He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura», etcétera) y la novela de 1989, «El almuerzo desnudo» (Naked Lunch), de Burroughs—, de esta tribu que vagó por Estados Unidos y esparció su semilla anticonsumista, pacifista, aficionada a la literatura automática, al juego formal, a la denuncia y a la libertad sexual, por México, India, Marruecos o Francia: París, claro. Un documental (Pull My Daisy), escrito y dirigido por Kerouac o la ropa que llevó el escritor durante la ruta que retrató en su novela emblemática también se podían ver en la exposición que acabó el 3 de octubre (acabó la muestra, pero no París: la ciudad amenaza con ser interminable).
Herbert Huncke, Neal Cassady, Peter Orlovsky, Brion Gysin (con su «Dreamachine»), Lawrence Ferlinghetti o Bruce Conner también relucen con el neón de estos rebeldes con causa. ¿Y no hubo escritoras? La respuesta la dio uno de ellos, Gregory Corso, en 1994, cuando le preguntaron en una conferencia por qué no hubo mujeres en la Generación Beat: «Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familias las encerraron en manicomios, se les sometía a tratamiento por electrochoque. En los años 50 si eras hombre podías ser un rebelde, pero si eras mujer tu familia te encerraba. Hubo casos, yo las conocí. Algún día alguien escribirá sobre ellas». Y así ha sido: un libro da ahora cuenta de ellas en España. Me lo compraron en Barcelona, en una famosa librería en la que había, casualmente, un expositor sobre la Generación Beat que, por cierto, no incluía esta obra que vendían en otra zona del mismo establecimiento: «Beat attitude: antología de mujeres poetas de la generación beat» (Bartleby), con traducción, selección y prólogo de Annalisa Marí Pegrum. No estaba en el mismo lote, como si siguieran sin formar parte del canon esas doce poetas entre las que están Joanne Kyger, Lenore Kandel, Diane Di Prima, ruth weiss (así, en minúsculas), Brenda Frazer, Anne Waldman o Elise Cowen (en la imagen), que se suicidó con 29 años y cuya familia intentó después quemar todos sus poemas sobre drogas o experiencias homosexuales y otros asuntos que, en el caso de los varones, fueron considerados propios de aventureros bohemios y en el de ellas, de enfermas mentales.
Algunas de estas autoras han dado que hablar por sus memorias, las de Johnson, por ejemplo, resumen ya en el título el papel que la cultura patriarcal les tenía reservado: «Personajes secundarios». Es decir, artistas relegadas a sus roles de esposas, madres, musas y/o amantes, confinadas al hogar y sin gozar de la misma libertad creativa y de movimiento que sus contemporáneos. Los temas son los mismos que los de los varones de aquella agitación literaria —espiritualidad, filosofías orientales, el jazz o la reivindicación social y política—, explica Pegrum, pero se añaden visiones que también configuran el mundo y que siguen estando marginadas en el arte: menstruación, partos, abortos, hijos, frustración, invisibilidad, la espera o lo doméstico. Sus obras (y vidas) no fueron tenidas en cuenta y hoy parece que siguen sin tener espacio en los museos o en la selección Beat de las librerías, pero hubo mujeres. Lo repite Pegrum para que no queden dudas, porque es la manera de ampliar e igualar alguna vez la realidad artística, política, social y educativa, insistiendo todos: hubo/hay mujeres.