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De la famosa fotografía de las Azores cuyos protagonistas fueron W. Bush, Blair y Aznar, me llama la atención al principio del prolegómeno, podría decirse de cuando los tres personajes se colocan para ser fotografiados, Aznar está junto a Blair, a su derecha, entonces se da cuenta de que él no está al lado de W. Bush. Rápidamente abandona la cercanía del mandatario inglés y se coloca a la izquierda del presidente americano, una escena que deja constancia de que Aznar quería aparecer al lado de Bush porque, evidentemente, el gran protagonista no era Blair. Y la fina sensibilidad de su ego o su narcisismo, se lo advirtieron. Aunque la maniobra cara al público quedase francamente chapucera.

Cuatro años tardó Aznar en reconocer que se equivocó cuando afirmó rotundamente en Antena 3 el día 13 de febrero de 2003: «puede estar usted seguro, y pueden estar seguros todas las personas que nos ves que les estoy diciendo la verdad. El régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva».

Tuvieron que pasar cuatro años hasta que este buen hombre alcanzó a decir «tengo el problema de no haber sido tan listo de saberlo antes, nadie lo sabía». Se refería a que no había armas de destrucción masiva en Iraq.

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Afirmar algo que es mentira en boca de un presidente no es precisamente un pecadillo venial y si además es lo que se maneja como argumento para justificar la invasión de un país a sangre y fuego no es pelos de cochino de lo que estamos hablando, mire usted. Con lo fácil que lo tenía, porque precisamente fue usted a buscar armas de destrucción masiva donde no las había poniéndose más hueco que un pavo real al lado de un presidente de un país donde no tan solo sí que las tenían si no que además las han usado en Hiroshima y en Nagasaki, matando con dos bombas a 246.000 personas. En Hiroshima 166.000 y en Nagasaki 80.000.

Creo que no exagero si califico de armas de destrucción masiva a dos bombas capaces de semejantes carnicerías. Y eso sin contar a quienes fueron muriendo más tarde padeciendo en sus cuerpos y en sus mentes las desastrosas consecuencias de semejantes armas.

Mentir en casos como los motivos para iniciar una guerra, no debería de salir tan barato y por eso tampoco debería de aplaudirse a un presidente de gobierno que tardó en reconocer, a su manera, que nadie sabía que el régimen iraquí no tenía armas de destrucción masiva, cuando la verdad, por lo visto, fue que nadie sabía que las tuvieran y sin embargo no les dolieron prendas en afirmar todo lo contrario para invadir un país dejando una huella que tardará muchísimos años en cicatrizar. Equivocaciones de este calibre deberían mandar a quienes las cometen al grupo de los personajes, más bien personajillos, que no merecen la pena de ser recordados por otra cosa que no sea su histórica metedura de pata.