Leo un artículo en el que hablan de D.H. Lawrence y sus «Mujeres enamoradas», y encuentro una errata curiosa (ya avisé de mis pequeños vicios): en lugar de «mujeres», han escrito «Mujseres». Me gusta el palabro, me lo quedo: muj-seres (humanas). Y viene al caso de una mirada que hemos entrenado con Laura Freixas en Talleres islados, en el encuentro «Mentiras, secretos y silencios: una aproximación a la literatura escrita por mujeres». Viene al caso porque el autor (José María Guelbenzu) recomienda seis grandes lecturas para el verano y las seis están escritas por escritores varones. Ni una escritora digna de lectura veraniega: tal vez sean las escritoras más propias del otoño para este crítico o del invierno o de otro planeta (en el que no sean ellas la mitad de la población). Claro que el artículo se titula «Marea de clásicos» y destaca «libros que han pasado todos los filtros del tiempo», del tiempo de los críticos, se supone: por cierto, el 85 por ciento de los críticos literarios en España son varones.
Tal vez, no encontró ninguna clásica en su repaso; por suerte para otros rastreadores, hay iniciativas —como Clásicas y modernas, la asociación que preside Freixas—, que analizan la participación y la representación de las mujeres en el ámbito de la cultura. Son ideales para responder con datos a los que miran hacia arriba, hastiados, cuando se habla de desigualdad, como si el tema fuera un suplicio o una queja ñoña: la brecha, queridos hastiados, sigue siendo descomunal.
La mirada también se puede aplicar a ámbitos (a todos: no se salva ninguno) como el séptimo arte. Ahora estamos en la isla en pleno «Festival Internacional de Cinema de Menorca» y, por suerte (cuánta suerte junta), su selección sí se acuerda de las autoras: la inauguración, ayer, estuvo a cargo del director Fernando Colomo y de la directora Jazmín Stuart con sus «Pistas para volver a casa»; y esta noche, a las 22 horas, en la Plaça de la Conquesta de Maó, la directora, guionista y actriz Leticia Dolera (en la imagen) presentará «Requisitos para ser una persona normal»; cine de verano al libre aire (un placer). Pero esta cartelera del Festival de Menorca (que sigue en pie hasta el domingo: por cierto, enhorabuena al equipo por este sueño colectivo) es una excepción, no es la tónica habitual en la gran industria que tantos patrones patriarcales exhibe y perpetua.
Hay un filtro (casero) para medir el cine y su grieta machista; es el llamado Test de Bechdel, que vio la luz en 1985, inspirado por Liz Wallace en «The Rule», parte del cómic «Unas lesbianas de cuidado» deAlison Bechdel y que evalúa la presencia y la relevancia de mujseres en las películas (que una lo pase no significa que la cinta sea feminista, pero sí constata la representación o la ausencia de género). Los requisitos para aprobarlo son los que siguen:
En la película han de salir al menos dos personajes femeninos.
Dichos personajes se han de hablar la una a la otra en algún momento.
Esa conversación tiene que tratar sobre algo que no sea sobre un hombre (y no está limitado a lo romántico; por ejemplo, dos hermanas hablando únicamente sobre su padre no pasarían el test). Y hay una variante (la «medida Mo») que exige que, además, las dos mujeres tengan nombre propio.
Estas reglas, que parecen sencillas y fáciles de cumplir, lo son solo a la inversa (es decir, en la historia del cine, pasan todas la prueba con nota si aplicamos estas cuestiones a personajes masculinos), porque cuando se aplica a las mujseres, quedan fuera multitud de títulos. Por ejemplo, entre el año 2000 y el 2016 (por pensar en posmoderno), solo el 55 por ciento de las 108 películas nominadas a Mejor Película en los Oscar aprueban este test, según recoge Wikipedia, y de las 16 que lo ganaron en esos mismos años, solo 9 lo superan.
El cine (también el infantil) está plagado de historias en las que los personajes femeninos no existen o solo aparece uno como representación de un arquetipo («síndrome Pitufina») o están al servicio de los personajes masculinos. Hagan la prueba. Y que conste que creo que practicar esta visión no consiste en mantener una mirada retadora, como si la mirada feminista fuese solo cosa de mujseres o una batalla contra los varones: al contrario, se trata de desdibujar bandos; se trata de estar atentos (en la educación, en el lenguaje y en todas las manifestaciones culturales) y mirar conscientemente para poder, algún día, equilibrar el mundo (real).
@anaharo0