El pasado y el presente no se llevan bien. Son como la mayoría de los hermanos, el menor –el presente- muchas veces no se deja aconsejar por el mayor –el pasado- curtido ya en más batallas en esta guerra del día a día que llamamos vida. El pequeño, en lugar de seguir las indicaciones que podrían hacerle la existencia más fácil, prefiere tirar de orgullo y aprender a base de hostias pensando que todo proceso de aprendizaje al final tiene su recompensa. El futuro, mientras tanto, anda un poco despistado sin saber si viene o si va porque nunca termina de tener claro cuándo le toca llegar. Es como aquel primo lejano que te visita casi sin avisar.
El pasado tiene un complejo de inferioridad. Sabe que pase lo que pase lo suyo ya es un caso perdido, que por mucho que hagas nada cambiará lo que ya ha ocurrido. Te dirá, por ejemplo, que tomaste decisiones que no fueron las acertadas o, por el contrario, que en alguna de tantas bifurcaciones del camino acertaste. Y, créeme, no le falta razón cuando presume de experiencia que compartir para evitar según qué tropiezos.
El futuro tiene el culo gordo y le cuesta moverlo del sofá. Es un perezoso, un caso aparte que se lo toma todo con calma porque está convencido de que tiene margen de maniobra para «desfacer» los entuertos que se vaya encontrando. «Tenemos toooodo el futuro», nos dice. Nos asegura, como el canto de sirena, que todavía tenemos tiempo para hacer esto o aquello. Y miente. No sé si todavía sabe que de los tres es el que tiene la existencia más efímera.
El presente, sin embargo, no para quieto en todo el día. Siempre tiene cosas por hacer sabedor de que si presta un poquito de atención puede sentir como se va muriendo poco a poco. Y tú también, amigo lector, para un momento, observa todo aquello que te rodea y date cuenta de que el aquí y ahora va desapareciendo sin que nadie lo controle y sin que te pidan permiso.
El presente es el que me cae mejor de los tres. Porque el pasado es historia, y poco podemos hacer más que aprender de él, mientras que el futuro es un misterio, un cuento que todavía está por llegar y, por supuesto, por venir. Es una especie de quimera que nadie te puede asegurar. El aquí y ahora, te decía, es un regalo que tenemos la suerte de vivir, de disfrutar, de escribir y por eso nos empeñamos en llamarlo presente. Y hay que exprimirlo. Por todo lo que vendrá y por los que lamentablemente ya no están.
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