Cuesta creerse que hubo un tiempo en que los trabajadores asalariados de Asturias organizaron una de las más curiosas protestas (huelga) que se recuerdan porque lo que reivindicaban era que no les obligasen a comer salmón más de tres veces a la semana. Estoy hablando de los maravillosos salmones de los ríos Deva, Cares o Sella entre otros. Yo he comido salmón del Sella. Les puedo garantizar que esa delicatessen debe ser lo que comen los domingos en el cielo. Hoy no es fácil, disfrutar de un salmón asturiano sin que no le dejen a uno la cartera tiritando. También recuerdo con nostalgia cuando aún se podía comer una gruesa de ostras entre unos amigos bien avenidos sin tener que arruinar la economía de todo un mes. Una gruesa son 144 ostras. En algunos puertos de Galicia y del sur de Francia, las solían tener amontonadas en los muelles como si fueran montones de patatas. Sólo hacían falta unos limones y una botella de albariño. Aunque no quiero dejar de decir que por aquellos años las ostras estaban consideradas alimento de la clase obrera y que casi nadie las comía. Los menestrales bien estantes, si alguna vez las consumían, las acompañaban, sobre todo en Francia, con un chorrito licoroso en vez de echarles por encima unas gotas de limón. Las regaban con Chablis. En los primeros años del S. XX las ostras solían tomarse con vino dulce, costumbre que perduró en algunas zonas hasta bien entrado la mitad del siglo pasado. En Francia se tomaban por ejemplo con un Sauternes francés. Hubo un tiempo, y no hace por eso tantos años, que un pobre de solemnidad podía arrimarse tres docenas de ostras por tres pesetas.
Així mateix
Un tiempo que se me fue sin querer que se me fuera
22/04/16 0:00
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