La sombra no existe –dijo el escritor francés Henri Barbusse--: lo que tú llamas sombra es la luz que no ves. Tal vez por eso yo no veo las sombras. No creo que sea el único; confundidos en el ajetreo de la vida diaria, deslumbrados por las luces de neón de los comercios, de los adornos de las calles cuando se acerca la Navidad, los destellos de las tablets, pantallas de ordenador, de televisor, los guiños seductores de los ojos de anuncio no percibimos, no nos acordamos siquiera de las sombras. Pero si no existen las sombras al menos debe de existir la carencia de luz. Me lo dijo un cura que ya es obispo, me dijo que más que el infierno lo que existe es la carencia de Dios. La gente se olvida de Dios porque no lo ha visto nunca, y no me extraña, porque a pesar de que todos hemos visto la luz nos olvidamos de las sombras. Hace años me encontraba todos los días a Rogelio en una esquina de la calle Mallorca de Ciutadella. Siempre me saludaba efusivamente, y me decía palabras que le salían del corazón. Era la encarnación de la sencillez, del candor. Hasta que un día pasé por la misma esquina de la misma calle y Rogelio no estaba. Había un resplandor, una luz de la sombra, donde él estuvo antes; pero él ya no estaba. Nunca más volvió a estar allí, pero sé que estaba su sombra, que todos los días alzaba la mano para saludarme y abría la boca para decir maravillas. No existe su sombra; existe la luz que dejaron sus pasos.
Les coses senzilles
Los pasos perdidos
21/03/16 0:00
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