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Antes de ser presidente en funciones, Mariano Rajoy decía y repetía que eso de la corrupción se reducía a puntuales casos que en modo alguno justificaban el referirse a ella como un mal generalizado. Extrapolando el ejemplo, como aquel otro que saliendo de su casa le preguntó a uno que pasaba viendo que empezaba a llover: Oiga buen hombre, ¿cojo el paraguas? ¡Quía! No se preocupe que serán cuatro gotas. El pobre hombre ignoraba que en aquellos momentos estaba empezando el diluvio universal.

Señor presidente: intente usted describir hoy una situación de España que contemple un paisaje moral de la actualidad y verá como es imposible hacerlo sin que no se le llene el relato de casos, casos y más casos de corrupción, con unos juzgados paseados de la mañana a la noche por tristes personajes, muchos de ellos con título y otro con el de señoría, que se han ido enriqueciendo, presuntamente, con el dinero ajeno gracias a los altos cargos que ocupaban desde empresarios a presidentes autonómicos, desde políticos de todo pelaje y condición a miembros de la Casa Real.

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Señor Presidente en funciones, precisamente por estar usted en esa situación tan parecida a la del funambulista, donde un simple mal paso se paga muy caro, ha dicho usted, aunque cuarto años más tarde, que a partir de ya «no va a dejar pasar ni una más». La frase, si la dibujáramos, sería un bumerán porque vamos a ver: si afirma que no va a dejar pasar ninguna más es porque antes sí las ha dejado pasar. Lo malo es que a tenor de cómo está el patio, ha dejado pasar usted tantas que ahora el precio de su credibilidad política es más que dudoso.

Pero bueno, era una esperanza oírle decir esto, esperanza que ha durado lo que tarda en fundirse un azucarillo en un vaso de agua. Ya es un mal ejemplo venir a usar tan descaradamente el Senado como el refugio de políticos/as que los votantes, hartos, han mandado a su casa. Una bicoca otorgada a dedo sin haberla merecido o ganado en las urnas y en consecuencia, sin que sean los votantes los que conceden el honor de ser senadores/as. Pero lo que ya no tiene un nombre fácil de pronunciar, es haberle otorgado una de esas poltronas a la dama del caloret. Y por si tal desatino fuera poca cosa, van y la nombran suplente en la Diputación permanente del Senado, lo que le otorga el privilegio de estar aforada aunque se disuelvan las cámaras ante una nueva elección. Y todo eso lo hacen ustedes en pleno escándalo por la corrupción de Valencia. Corrupción de la que esta buena señora parece que no se enteró a pesar de estar rodeada de presunta corrupción y por ende al frente del ayuntamiento, ostentando la máxima vara municipal, nada más y nada menos que 24 años. Es como cuando uno ve al presidente andar brioso, braceando como quien va hecho un brazo de mar a sembrar patatas, o más en fino anunciando su firme propósito de decirle a alguien cuatro cosas y de repente frenase en seco y sacara un bolígrafo del bolsillo porque no sabiendo que hacer con las manos, lo mínimo es tenerlas ocupadas aunque sea con esa banalidad de estar sujetando un bolígrafo. La arrancada, la poderosa arrancada del «no voy a pasar ni una más» la ha dilapidado usted haciéndose el harakiri en el poco crédito que le queda como político capaz de acabar con la corrupción. Si eso de no dejar pasar una más se reduce a blindar a la dama del caloret tan descarada como inoportunamente, apaga y vámonos.

Por cierto, un día habrá que mirar en profundidad lo que supone estar aforados. Algunos dicen ahora, por ejemplo, que Barberá no ha sido citada como lo ha sido la gente de su entorno en Valencia por estar aforada. Otros que no tiene que declarar por el caso Nóos por la misma razón.