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En el año 1973, Charles R. Tittle y Alan R. Rowe, profesores de Sociología de la Universidad de Atlantic en Florida (Estados Unidos), realizaron un interesante estudio sobre la honradez y el miedo a ser castigado. Los profesores comentaron a sus alumnos que cada semana iban a realizar en clase un examen de test. Después de la primera evaluación, los profesores comunicaron a sus estudiantes que les consideraban suficientemente maduros y responsables como para confiar en ellos. Por tal motivo, decidieron que los alumnos podían autoevaluarse. Cada semana los profesores les darían el examen, comentarían en clase las respuestas correctas para corregirlo y calcularían su nota. La evaluación global del curso sería la suma del conjunto de todas las notas de las autoevaluaciones. Después de cuatro semanas de aplicar este procedimiento, los profesores volvieron a recordar a los alumnos que confiaban en su honradez. Tenían la obligación ética de evaluar correctamente sus propios resultados. Sin embargo, a la séptima semana los profesores comentaron que habían recibido quejas por la existencia de fraudes en las autoevaluaciones. Los profesores les explicaron que, en esta tesitura, se veían obligados a realizar comprobaciones aleatorias para verificar que los alumnos no habían falseado el resultado. Antes de realizar el último examen, los profesores comentaron que las comprobaciones habían revelado un caso de fraude y que iban a tomar medidas contra el culpable.

En realidad, los profesores habían evaluado personalmente todos los exámenes antes de devolverlos a los estudiantes para la autoevaluación. Los fraudes eran generalizados. Solo 5 de 107 alumnos se habían autoevaluado correctamente en todas las ocasiones. El exhorto a la honradez y a la ética de los alumnos habían tenido poca repercusión. En cambio, el miedo a ser descubierto y castigado redujo en gran medida el número de fraudes. Cuando los profesores comunicaron que habían identificado un caso de fraude y que iban a tomar medidas, apenas se produjeron engaños por los alumnos. Finalmente, los profesores constataron que los alumnos con peores calificaciones estaban más dispuestos a correr el riesgo y a seguir falsificando los resultados.

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¿Por qué no somos honrados? La honradez es una palabra tan importante que la Real Academia Española ha decidido darle solo una acepción: «Rectitud de ánimo, integridad en el obrar». Se trata, sin duda, de una luz que debería guiar nuestro comportamiento en la vida cotidiana, no solo en las relaciones con las demás personas, sino también con nosotros mismos. La honradez nos ayuda a reconocer las cualidades del otro sin envidias ni rencores. Nos ayuda a actuar de forma comprensiva pues la persona que se ha equivocado con una elección no necesita otro reproche que incremente su sufrimiento. Gracias a la honradez nos podemos presentar como somos, sin falsas apariencias, porque seremos fieles a nuestras convicciones. Las personas honradas sellan sus palabras con una promesa que cumplirán. Sus pasos son firmes pues saben que su propia dignidad está en juego. Deben actuar de manera coherente, sencilla y natural pues saben que la buena voluntad guía su comportamiento. Se trata, en definitiva, de una virtud, un ideal de comportamiento al que todos debemos aspirar si queremos –solo, repito, si queremos- tener un mundo más justo.

El experimento realizado en la Universidad de Atlantic demuestra la poca importancia que, a veces, otorgamos al hecho de comportarnos de manera honesta. En muchas ocasiones, cogemos atajos que nos conducen a nuestro objetivo –por ejemplo, aprobar un examen, ganar más con nuestro negocio, quedar bien con nuestros conocidos- pero olvidamos que perdemos por el camino una parte de nuestra dignidad. Quizá el aspecto más llamativo del experimento comentado es que los estudiantes solo reaccionaron cuando existió la amenaza del castigo en forma de suspenso o de expulsión de la Universidad. Parece que la moral –esa «integridad en el obrar»- tiene muy poca importancia cuando vemos una salida rápida a nuestros problemas. La amenaza de un castigo parece que es la única cosa que nos preocupa. Sin embargo, cuando nos alejamos de la honradez nos adentramos en un camino peligroso en cuyo final habrá un espejo que nos recuerde en qué nos hemos convertido. ¿Acaso podríamos descartar totalmente que los estudiantes que falsificaron sus notas no harían los mismo, por ejemplo, para obtener una subvención indebida, pagar menos impuestos o estafar a sus clientes? Quizá sea el momento de recordar las palabras del héroe de cómic V de Vendetta: «Nuestra integridad vale tan poco…. pero es todo lo que tenemos. Es el último centímetro que nos queda de nosotros. Si salvaguardamos ese centímetro, somos libres».