Algunos piadosos creen con un cien por cien de seguridad en la existencia de Dios mientras los ateos lo rebajan hasta el cero. Pero desechemos los extremos. Incluso dejemos a un lado a los agnósticos cuya creencia ronda un porcentaje intermedio... Centrémonos en una opción, certera, racional, consensuada por la mayoría: una sola posibilidad entre cien existe. Una sola, sí, existe. Hay suficientes vestigios, preconizándolo...
Indicarán ustedes que uno es ninguno; que un noventa y nueve por ciento es una porcentaje que no admite cábalas; que ante tan amplia diferencia parece obvio inscribirse en las filas agnósticas o ateas... De acuerdo, de acuerdo, la mayoría siempre tiene la razón... Vayamos, pues, en otra dirección, démosle al artículo un giro inesperado, eliminemos también esta hipotética eventualidad... Supongamos que todo es un espejismo... Sí, supongamos que Dios no existe.
Pero, deberán reconocer, eso sí, que al menos actúa... ¿Cuántas personas no son sino reconfortadas cuando le invocan? ¿Cuántas personas no constatan a diario su presencia? ¡No está mal, verdad, para un Ser inexistente tanta efectividad! La mente no sufre alteración alguna, en ningún caso se trata además de una posición psicológica disparatada, sino de creencia legal. Tanto como el ateismo. Ningún trauma, trabajo limpio. Además el fin justifica los medios, todo sirve para la consecución del objetivo. Técnicamente es como tener al psicólogo en casa, repele siempre las amarguras.
Marx afirmó que la religión –Dios- es el opio del pueblo... Esta frase es rigurosamente cierta, si bien se trata de un opiáceo benigno, extraído de las propias raíces del hombre. No es destructivo, sino integrador. En principio es así, después cada cual puede hacer, si gusta, de su capa un sayo.
No me place mencionar a Dios cuando escribo sobre el hombre y su finalidad. No obstante, a veces, claro está, la idea asalta directamente a la pluma. Pero, vamos, si lo nombro a veces, en mis artículos literarios, me refiero casi siempre a este Dios, opiáceo, que empieza y termina en uno mismo...
En las raíces del hombre, en el sentimiento, se da un jugo que tiene la propiedad de mitigar nuestros trastornos, nuestras pesadumbres. Cualquiera puede cosecharlo, está a su alcance. Este opiáceo es absolutamente benigno.
¡Es divino!
Para su fácil extracción se debe educar al niño a emplear esta sustancia, de lo contrario en la madurez el manantial esté obstruido por falta de uso. En la senectud es embarazoso y complicado cambiar, dar un paso adelante, entrar en una iglesia, si nunca entró.
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