En mi época de profesor de tenis, escribí un texto sobre una especialidad denominada Tenis científico –que trata de lo que se cuece en la mente del jugador desde que divisa la pelota hasta que la golpea. Lo presenté a la revista «Tenis Español» –por entonces único nexo de este deporte con el aficionado- para su inclusión por capítulos en la publicación. Al tratarse de un tema novedoso y profundo la dirección lo cedió a la Federación Española de Tenis en aras de que sus técnicos dirimieran su legitimidad. La Federación me citó a los pocos días en sus dependencias, sitas en los alrededores de la Plaza Calvo Sotelo de Barcelona.
Me atendieron el jefe de Maestría, Joaquín Moure, el directivo Jaime Bartrolí y un tercero que debía ser por su sordina un acólito.
No voy a exponer la letra menuda de lo que debatimos. Les aburriría. Les indicaré solamente que estuvimos a la altura de los yanquis, especialistas en esta materia. Se trataba, en resumidas cuentas, de dar el visto bueno a un método para adultos que consistía en el aprendizaje del juego en unas pocas horas.
Nuestro diálogo fue paralelo a un reportaje de «Es Diari» , hallado en mi hemeroteca del año 1981. El periodista Rafa Ayala informaba que un servidor efectuaría una conferencia, en el C.T. Mahón. Se trataba de demostrar, a pie de pista, como un neófito en tan solo media hora de práctica podía desenvolverse con la coherencia de un veterano.
Requerí una persona que hubiera practicado anteriormente algún deporte de pelota, de lo contrario resultaba imposible el experimento. Lo mismo que, en un hipotético método expedito de la lectura, no podría llevarse a cabo sin el conocimiento del vocabulario por parte del principiante.
El conejito de indias resultó ser el hijo del señor Ayala, un jovencito afectuoso y avispado de 18 años...
Al conocer que actualmente este jovencito -ya con 52 años-, es periodista colaborador de «Es Diari» i, como su padre, le invito a poner la guinda a este artículo,... con otro de su cosecha. El próximo martes, en esta misma columna, desde su óptica, que nos revele esta experiencia de su juventud. ¿Estaba nervioso ante la concurrencia? ¿Qué sintió al asir por primera vez una raqueta o divisar el vuelo de una pelota?
¿Qué sensaciones le fueron embargando a medida que la mentalidad del conejito se iba convirtiendo en la de un jugador de tenis?
No puedo concluir esta misiva sin recordar a un puntal de este precioso deporte. Lluís Coll se nos fue. Lluís era, además, de un competidor tenaz en la pista, la coherencia y la cordialidad personificadas fuera de ella. Éramos de distinta generación, pero, desde mi infancia, encontrarlo, aunque lloviera y tronara, era como ver salir el sol.
Te recordaremos Lluís.
florenciohdez@hotmail.com