Todos los momentos tienen su cuenta atrás. Si esperamos que llegue algo, puede que nos vayamos acercando inexorablemente; y si además, tiene una fecha y una hora concretas, podemos contar o descontar lo que falta para que ocurra. Tres, dos, uno... cero. El cero quiere decir que el momento, por fin, ha llegado. Ignición. Despegue. A veces hay negociaciones contra reloj porque se acaba el plazo. Angustia, zozobra, desesperación. Nos ponemos nerviosos. ¿Pedimos una prórroga? La premura de tiempo es mala consejera y hay decisiones lamentables cuyas consecuencias pagamos durante mucho tiempo.
Dejamos las cosas para el final y luego vienen las lamentaciones, las prisas, los disgustos. El tiempo es limitado, pero la vagancia y la estulticia no tienen límites. Siempre esperamos el milagro del último momento. Seguro que se arregla. Seguro que alguien lo arreglará. Solemos malgastar el tiempo cuando el tiempo está completamente devaluado y ya no vale gran cosa. Para algunos, el tiempo es oro. Pero para otros, es algo que hay que pasar como buenamente podamos. Tanto da. Hay tiempo de sobra, dicen. Pero el cronómetro sigue corriendo. Descontando segundos para lo que va a suceder de todos modos, nos guste o no. Cuenta atrás. Llegará un momento en el que sonará el despertador y no tendremos más remedio que abrir los ojos, dejar de soñar, poner los pies en el suelo (o en las zapatillas) y prepararnos para no llegar tarde al trabajo.