No todas las herencias son tierras, dinero, o propiedades. Que se lo digan a Roberto que heredó de su padre la forma de dormir: de lado, en posición fetal, con una mano debajo de la almohada y siempre al filo de la cama. Heredó de su madre la soriasis en los codos, las canas del flequillo y un sentido del humor rebosante. Dicen que de su abuelo materno sacó la amplia frente, y de su abuela paterna el gusto por los postres. De su vecina de arriba sacó unas zapatillas de deporte marca Paredes, que fueron las primeras que calzó y no fueron compradas en un mercadillo. De su profesor de sexto de EGB sacó su gusto por las matemáticas. De su primera novia el beso más torpe de su vida, de su primer viaje un recuerdo inolvidable y de su primer jefe un mal recuerdo y punto.
Puede que todos seamos un poco como Roberto, en el sentido de que estamos hechos de retazos de nuestra familia, de pinceladas que la vida, y las personas con las que nos hemos ido relacionando, nos ha dado aquí y allá, a veces de una forma enrevesada, y en otras ocasiones de forma directa como una herencia genética.
No elegimos de forma consciente las cosas de las que nos queremos acordar y nos influyen, ni las cosas que preferimos enterrar en lo más hondo de nuestra consciencia para que no afloren nunca. Nos vamos haciendo, formando, moldeando en base a todas esas influencias, pero debemos suponer que también hay algo dentro de cada uno de nosotros que nos hace diferentes a los demás. Algo que sería como nuestra propia esencia, algo que nació con nosotros y con nosotros se irá para siempre, algo realmente único e irrepetible.
Solo desde la creencia firme en esa singularidad única de cada persona podemos ejercer la empatía. Cuando ese elemento diferenciador desaparece brotan las bestias que cuantifican a las personas, que las transforman en números, en hormiguitas prescindibles esclavizables y fácilmente eliminables.
No es lo mismo decir que desahuciaron de su casa y abandonaran en la calle con ochenta y cinco años a doña Carmen Martínez, que decir que el número de desahucios se ha disparado en el último año. Los muertos de Nepal son números para los políticos, los muertos de Siria, los muertos en el Mediterráneo, que podría pasa a llamarse el Mare Mortum, los muertos de Haití de los que ya nadie habla, los muertos que se quitan la vida en este país, todos con nombre y apellidos, todos, al igual que Roberto, sacaron algo de su padre, de su madre o de abuela paterna, pero les reducen a meras cifras en televisión. Todos, sin duda, se merecían una vida mejor.
Desde que el actual Gobierno está machacando a su pueblo y trabajando con ahínco para ganarse los favores de bancos y demás grupos de presión y corrupción, han aumentado hasta 770.000 las familias que no reciben ningún tipo de ingreso, es decir han condenado a miles de Robertos, Marías, Cármenes, Joanas, Jordis, Joseps, Santiagos o Paus a la miseria, esta realidad es aplastante por más que vendan fuegos de artífico a pocos días de las elecciones.
Acabemos con una obviedad queridos lectores: lo importante no es que usted vote, o no, el próximo domingo, lo realmente importante es lo que usted haga los otros 364 días del año, quizás esta frase me la dijo Roberto mientras nos reíamos al comprobar el abuso de Photoshop de los carteles electores, han desfigurado de tal manera a los candidatos que es imposible distinguir unos de otros, o ni tan siquiera intuir su autentica esencia.