La nieve se había fundido en la calzada y estaba amontonada a ambos lados del camino. Viajaron en un confortable carruaje hasta Annency, siempre en medio del manto nevado, pero bajo un sol rutilante y un cielo completamente despejado. Los fornidos cocheros ayudaron a solventar los pocos contratiempos que se presentaron, y al llegar a Annency el lago era como un espejo calidoscópico que centuplicaba todas las cosas bellas del mundo. Se alojaron en casa de uno de los guías, cuya anciana madre les regaló con los mejores quesos monteses y con vino de las tierras altas que hacía olvidar todos los rigores del frío. Era una vieja paciente, acostumbrada a ver pasar el tiempo; preparaba una sopa de pescado tan suculenta que sentían la tentación de quedarse allí mientras hubiera lucios y cangrejos en el río.
Les coses senzilles
Un fantasma dormido
23/03/15 0:00
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