Mucha de la sociedad adinerada, a veces obscenamente adinerada, está muy lejos de ser de ordinario una gente medianamente culta y comedida en sus cuidados. Entre otras razones porque esa barda que salvaguarda los caprichos formada por la riqueza o la pobreza, en ellos no significa absolutamente nada. Tienen acceso a cualquier capricho por caro que sea. Quizá, precisamente por eso, el dinero a espuertas y una cabeza bien amueblada rara vez van de la mano.
Fíjense la idiotez que genera tener mucho dinero y poca cabeza. Alguien en un pueblo de Málaga está elaborando por encargo panes con copos de oro. Uno de estos panes de un kilo de peso cuesta 300 euros, o sea 50.000 pesetas. Y no es que vayamos a decir que tenga poca cabeza el panadero, el que tiene la cabeza hecha mixtos es el tontolaba que se gasta ese dineral en un pan de kilo. Todo por ese añadido del oro, que no va a transmitir ningún sabor al pan. Esa gravilla amarilla, que eso y no otra cosa son las pepitas de oro, no aporta nada. En el «El País» 20 de diciembre 2014, publicaba Mikel López Iturriaga un artículo cuyo título ya no puede ser más clarificador: «El pan más imbécil de la historia». Leyendo lo que cuenta Iturriaga me decidí a investigar un poco y me encontré con algunos productos cosméticos que se anuncian aseverando que contienen oro en polvo. Las marcas que comercializan productos con oro son: Prairie, Helena Rubinstein, Carita y Leonex entre otras. Luego di con un queso, el más caro del Reino Unido: el Long Clawon's Stilton Gold, al que le ponen chispas o laminillas de oro. El kilo cuesta 600 libras, más o menos unos 1000 dólares. Lo incomprensible es que el oro no da sabor ni olor, no tiene ninguna condición organoléptica.
Eso del oro se ve que viene de muy lejos. En Oriente antiguamente se creía que llevar oro sobre el cuerpo transmitía potencia sexual. Con el devenir de los años se convencieron que lo único que medio arregla ese asunto es la viagra. Pero volviendo al panadero de Málaga, por no dejarle yo a la intemperie mal pensante, terciaré diciendo que en el Antiguo Egipto hacían panes que contenían oro en polvo. Y aseguran quienes saben estas cosas que siguiendo las instrucciones de Moisés, en una ocasión confeccionaron pan que contenía oro en polvo. Al mismísimo Alejandro Magno, cuando llegó a Jerusalén, le obsequiaron con panes que contenían copos de oro.
No me gusta nada tocar asuntos escatológicos pero hoy haré una pequeña excepción. Me imagino a la servidumbre de donde se consuma esa imbecilidad del pan con oro, rebuscando entre las ñoñas de sus señores el oro que aquellos cagan. No sé, pero a lo mejor de ahí viene la frase: el oro que cagó el moro. En cualquier caso dar con una mina de oro en la taza de un váter, no me digan que no tiene collons.