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Cuando la corrupción desacredita a los políticos, cuando estos por el horizonte vislumbran no tan lejano que se asoma Podemos, cuando los baremos en intención de voto de la ciudadanía amenazan con un tsunami electoral que puede llevarse por delante la apatía política de años, surge como un hongo fantasmagórico cuyas esporas medraron entre la hojarasca putrefacta de los incapaces, pariendo una cansina cancioncilla que da igual quien la cante, la letanía de su letra es siempre la misma: «A mí no me va a temblar el pulso a la hora de enfrentarme a la corrupción, sea quien sea». Desde Rajoy a Esperanza Aguirre, de Cospedal a Soraya, de Pedro Sánchez a Susana Díaz… aquí no le va a temblar el pulso a nadie. ¡Vaya trola! Se creen que somos idiotas cuando en esto de quitar de en medio inmediatamente al corrupto, les entra una tembladera y una atonía que, si estuviera permitido extrapolar, bien podría decirse que tienen un extraño parkinson político. Tiemblan más que un garbanzo en la boca un viejo.

Vamos, que están «como para ir a robar cencerros». Fíjense que de las leyes que prometió Mariano Rajoy contra la corrupción, de eso hace la tira de meses, en algunos casos más de un año, en el Congreso de los Diputados, ninguna está en vigor. El gobierno ha anunciado una y otra vez medidas regenerativas de la vida política, igual o parecida a las que anunció hace unos días. Conviene recordar que de manera incomprensible, el PP ha forzado 27 ampliaciones de plazo de enmiendas a las dos normas reiteradamente anunciadas contra la corrupción. Y una vez más hete aquí que hemos tenido un sucedáneo, un debate descafeinado sobre la corrupción unas horas después de que la ministra de sanidad dimitiera, o la dimitieran, que ya era hora, pues no deja tras de sí más que el triste recuerdo de sus recortes y sus copagos, algunos ni respetados por autonomías que gobiernan su partido, pero sobre todo deja su escasa capacidad para dirigir un ministerio tan sensible como sanidad. La corrupción, pondremos de una forma indirecta, le ha alcanzado de lleno.

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Que Rajoy y su gobierno se presenten ahora una vez más como quienes van a erradicar la corrupción, especialmente de la política, es por decirlo finamente, un sarcasmo, cuando se da la casualidad que su propio partido está, según el juez Ruz, bajo sospecha. Es, como me decía hace un par de días una señoría parlamentaria con la que estuve tomando café en Gran Vía: «Esto es el mundo al revés José Mari, vamos, como quien pone a la zorra a guardar gallina», dijo.

Ahora sí, quizás sí. Para el próximo mes de marzo-abril de 2015, podrían entrar presumiblemente en vigor una batería de puntos sobre alguna ley contra los corruptos. Corruptos que han engordado durante varias legislaturas, chorizos hinchados de dinero que no les pertenece, politicastros del trinque, excelentísimos sinvergüenzas a los que por fin se va a intentar, por lo menos, parar algo su exacerbada inclinación a enriquecerse con el dinero ajeno. Y de paso, a ver si hay suerte y dejan ya sus señorías esa cansina y enmierdada letanía del «y tú más». Y esa otra falacia que descalifica al autor cuando, por no ser atacado, ataca, aun a costa de hacer el ridículo como lo hizo hace un par de semanas el señor Sánchez en Sevilla, que se puso a darle leña al Monago de Extremadura. ¡Pero alma de cántaro!, ¿a qué viene hablar en Sevilla de Extremadura y de Monago cuando ahí mismo tenía Sevilla y Andalucía con un carro lleno de imputados, individuos e individuas que han hecho desaparecer millones a manos llenas? Por eso, a mí desde luego no me extraña cuando le hablas de sus presuntas corruptelas a Rajoy y él te habla, y con razón, de Despeñaperros. Señor Sánchez, apréndase una lección, recuerde que teniendo narices es una temeridad llamar mocoso a otro.