Salvador Soldado avanzaba con su unidad por las tierras del sur. Ocupaban pueblos llenos de consignas, como si todas las paredes encaladas o sin revoque fueran una misma pizarra revolucionaria. Los hombres y las mujeres huían o caían bajo el sol ardiente, acosados por el furor de la guerra, las cabezas desprovistas de boinas o pañuelos, el torso descamisado, horadado de metralla negra. Se amontonaban al borde del camino, muertos humildes que parecían querer hacerse a un lado, como para no estorbar con su hedor reciente, su desnudez manifiesta, salpicada por la viruela de los disparos. Una cadera marfileña, una hembra hermosa sin vestido, abotargada por la súbita sorpresa de la hora suprema no resultaban lascivos, no movían a deseo, sino a compasión y un poco a reverencia, como si se tratara de vírgenes y santos de yeso o madera, imágenes de mártires que sólo por casualidad tenían una nube de moscas rondándoles la boca.
Les coses senzilles
Por un pedazo de tierra
17/11/14 0:00
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