El narrador en su condición de viajero infatigable, siempre tuvo en sus trashumancias un mes y un puerto donde recalar: octubre como mes y Cangas de Onís (Asturias) como puerto. Para un quesero adicto como yo soy, la otrora capital del Principado, por donde iba y venía el rey Pelayo, se me figura el paraíso de los quesos. Creo recordar que una vez, probando un glorioso gamoneu, me salió del alma decir: si el paraíso existe, debe ser algo parecido a esto. Y me quedé tan ancho porque sabía lo que estaba diciendo.
Lo que los cangueses festejan en octubre a la gloria merecida de su certamen quesero, es para vivirlo. Por ejemplo cuando estuve saboreando y puntuando pinchos elaborados con queso gamoneu en sus bares y restaurantes. Un concurso que organizó la activa Cofradía del Queso Gamoneu, de la que me honro siendo cofrade de honor. A veces tengo la suerte de acertar porque el restaurante donde di la máxima puntuación permitida consiguió el primer premio y sentí por eso la íntima satisfacción de haber actuado como un juez asistido por la razón de saber muy bien sabido que aquel pincho era entre todos los demás el mejor. Y luego, esa gloriosa y casi mareante ocasión de probar cerca de 40 quesos diferentes. Quesos que los maestros artesanos seleccionan para la ocasión, donde no es tampoco por eso raro que por ventura se nos ofrezca a probar un soberbio gamoneu que en buena hora no ha sido sacrificado poniéndolo en el mercado con dos o tres meses de afinado, si no con cuatro o cinco meses, probablemente algo más, hasta que sus posibilidades organolépticas alcanzan la máxima potencia. Pero Cangas de Onís en esto de los quesos puede ser realmente sorprendente. Iba yo por la calle San Pelayo sin ir a ninguna parte concreta, y de pronto me detuve ante una tienda que le dicen La Chifonería, casa fundada en 1895. Y desde esa industria de ser curioso, que me viene por vía genética, entré para ver qué veía y lo que vi fue un precioso queso de Coinga. ¡Coño! me dije, ¡un Coinga! En la mismísima capital del queso. Vamos, como quien en su más arriesgada ocurrencia le diera por ponerse a vender arena en mitad del Sahara. Oiga, buen hombre, dije, ¿me pondría un cuarto de Coinga? Cómo no, ahora mismo. Cuando pagué, el hombre, que como es costumbre en Cangas había cortado una miaja para dármelo a probar, me soltó: ¿bueno, verdad usted? (me interrogó), ¿lo había probado antes?, ¿lo conocía usted? Sí…algo tengo oído sobre el Coinga. Lo suficiente para poderle afirmar que sólo con leche de vaca, es un queso imbatible. En el hotel donde llevo veinte años hospedándome, probé mi queso Coinga con unos culines de sidra «bien tirada» y les puedo asegurar que sin ser su mejor compañía, tampoco por eso dejó de ser un más que aceptable matrimonio. Al día siguiente insistí con un verdejo de rueda y la cosa aún mejoro. En fin, que en Cangas de Onís, un quesero adicto, si no en el paraíso, sí que les puedo asegurar que estará en su antesala, palabra.