Mosén Meato debió de morir allá por marzo de 1959. Por mucho que nos hablaba sobre el infierno, aquel hombrecillo de cabello rapado y sonrisa postiza no logró calar demasiado hondo en nuestra imaginación infantil. Nos decía que en el infierno recibiríamos un castigo perpetuo, que nuestras carnes quemarían sin acabar de consumirse jamás. ¿Quién podía querernos tanto mal? Ni siquiera nuestra propia madre podría enviarnos una gotita de agua desde el cielo; ni una mísera gotita. Un día lo metieron en un ataúd negro, sencillo, para llevarlo a enterrar a una caseta del cementerio, llena de cirios y flores. Repartieron una estampita donde venía retratado dentro de un óvalo con una sonrisa beatífica y con las manos entrelazadas sobre el pecho. Miré la estampita durante un buen rato, como si esperara que me guiñara un ojo. Finalmente me entraron ganas de reír.
Les coses senzilles
Mediodía
29/09/14 0:00
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