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El drama de la crisis también ha vapuleado a los políticos, a los que la ciudadanía, si no los ve culpables de la misma sí los ve incapaces de solucionar los gravísimos problemas en los que se hallan inmersos. Sólo a fuerza de recortes salariales y pérdidas de derechos laborales estamos hoy atisbando en el horizonte una ligera mejoría económica que, de momento, sólo disfrutan los que han visto cómo sus empresas tienen unas condiciones de contratación de personal que ni en los mejores sueños imaginaban. En consecuencia, las mejoras que se atisban en el horizonte no son gracias a los políticos sino gracias a los duros sacrificios a los que han sometido a los trabajadores para paliar vergonzosamente una crisis de la que ellos no tienen ninguna culpa.

Aparte de la crisis, la animadversión hacia la casta política se la han ganado a pulso los propios políticos con sus abundantes casos de corrupción y su impresentable inanidad a la hora de ponerle freno por lo menos creando una vía de regeneración que sancione judicialmente con rigor y prontitud al corrupto. Por eso es normal que la ciudadanía piense que entre «bomberos no vamos a pisarnos la manguera» aplicándoselo a los que ejercen de políticos, por ejemplo en ese selecto club europeo del que ahora resulta que en sus ignorancias algunos de aquellos políticos manifiestan desconocer esos ventajosos planes de pensiones, en parte a costa del contribuyente. O como esos alcaldes catalanes, salpicados por dietas presuntamente irregulares que algunos en esta industria de ir metiendo en la buchaca los más euros posibles, ni siquiera han tenido tiempo para mirar y preguntarse en función de qué les venía tanto dinero a su nombre a final de mes. Aparte de todo eso, en esa hipocresía de que la justicia es igual para todos, venga de aforados y más aforados. Y ahora, para vergüenza ajena, van los franceses y detienen al ciudadano Nicolas Sarkozy, otrora, nada más y nada menos, que presidente de la República francesa. Y el hombre, sin estar aforado y sin ninguna otra protección, haciendo de funambulista sin tener ninguna red debajo que le haya liberado de momento de esas quince horas de interrogatorio al que ya ha sido sometido. Aquí eso de hacer de funambulista sin red es impensable. Por una carretada de cosas así, la ciudadanía española no siente ni afecto ni empatía hacia sus políticos.

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Hay quienes dicen que «el gato escaldado del agua tibia huye». Los políticos no han tenido ningún miramiento, ningún cuidado, ninguna prudencia en esa industria de ir escaldando gatos, léase votantes. Por eso no va a ser ni fácil ni corto el camino que le espera al nuevo secretario general de los socialistas. Alfredo Pérez Rubalcaba se lo confirmará a nada que se lo pregunten.

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