No recuerdo que los chicos y chicas tuvieran nombres muy raros en los años cincuenta. Casi todos eran nombres de santos, y solían evitarse los más raros, como por ejemplo Cucufate. Pero a mi padre le pusieron Doroteo y aunque le llamaban Doro no estaba muy satisfecho con su nombre. Mi madre sí lo estaba con el suyo, aunque a mí no me parecía gran cosa; se llamaba Francisca, pero la llamaban Paca. No, esos nombres no me gustaban, aunque eran corrientes. En aquella época había obligación de poner el nombre en castellano, y la gente solía poner dos nombres por lo menos, aunque sólo usaban uno. A mí me pusieron Pablo Ignacio Isidoro de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y acabé llamándome Pau a secas. Los nombres más raros que se veían por entonces eran algo así como Ambrosio, con lo que los profesores de entonces, poco caritativos, terminaban por asegurar que eras «la carabina de Ambrosio»; o bien salían nombres extraños en los tebeos, que luego se llamaron cómics. Uno de los más chocantes era el de doña Urraca, que además de ser el nombre de Doña Urraca de Castilla es también el de un ave muy inteligente. Eran nombres que definían de algún modo al personaje, como el de Carpanta, que siempre tenía «carpanta», es decir, un hambre atroz.
Les coses senzilles
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21/07/14 0:00
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