Mis safaris fotográficos por Kenya tenían como premisa irrenunciable conseguir fotografiar a los cinco grandes: elefante, rinoceronte, león, búfalo cafre y leopardo. Lo he conseguido con creces. Quizás sea el leopardo el animal más bello y difícil de fotografiar. Tuve suerte al localizar uno en lo alto de una acacia, devorando los restos de un facóquero. Un día más tarde, bajando por en medio de la selva del Monte Kenya, se nos cruzó uno por la carretera. No me dio tiempo ni de intentar fotografiarlo. Dos días más tarde localizamos un enorme macho que pude fotografiar con todo el esplendor de su espléndida y mítica anatomía. Al ser felinos de hábitos nocturnos o crepusculares es muy difícil verlos. Con los guepardos también tuve suerte al localizar uno sesteando junto a un apretón de zarzas tumbando tan largo era. Visto el barrigón que tenía ya se me aclaró que estaba haciendo la digestión medio dormido. Más tarde localizamos a cinco de estos felinos que iban en busca de alguna presa. Una curiosidad fue ver al antílope más grande de África, el eland, y a unos metros, junto a un tronco de un árbol medio podrido, una familia de dik- dik, antílope no mayor que una liebre española.
En Samburu, la fauna es espectacular: jirafas, ñus, búfalos, cebras, avestruces, orix, gerenuk, hipopótamos, rinocerontes…. Pero el más africano de los espectáculos, lo disfruté en Amboseli, teniendo la fauna como fondo el imponente Kilimanjaro, la montaña más alta de África con más de 6.500 metros de altitud, con su cumbre nevada. En esta zona es fácil ver manadas con cerca de un centenar de elefantes. Donde teníamos nuestro lodge (casa de madera) vivía una nutrida colonia de monos, por lo que ya nos advirtieron que tuviéramos mucho cuidado de cerrar rápidamente la puerta y las ventanas pues estos primates se colaban dentro que daba gusto y organizaban en un plis plas un desbarajuste importante.
De las cuarenta y dos tribus humanas que viven en Kenya, hemos conocido algunas. Los Maasai, los kikuyu, los samburu o los luhya. En alguno de esos poblados me pareció a mí que flotaba la atmósfera de aquella aristócrata danesa, Karen Blixen, que vivió en Kenya más de veinte años. Me acordé de su libro autobiográfico que dio lugar a la película «Memorias de África».
Algo que no quiero dejar sin contarles fueron los dos safaris que realizamos a pie. Uno con un guerrero maasai. Otro que, por el acompañamiento, debía de suponer bastante riesgo, pues aparte del guía maasai venía una tiradora, presumiblemente del ejército, con un rifle que a mí me pareció de excesivo calibre para ser usado por una mujer. Después del safari me informé y era la dama, según me dijeron, perfectamente capaz de parar una carga de un león o de uno de esos imponentes búfalos cafre, viejos solitarios y quizá incluso más peligrosos que el león. Uno se rila sólo de imaginar una de estas escenas apuradas de los safaris africanos, donde no sería la primera vez que el lance acabe en tragedia.
La experiencia de la visita al poblado maasai, la llevo tan en la memoria y en las retinas como la roja tierra de Kenya. Fue como volver al África más auténtica y primitiva. Los maasai sólo se alimentan de leche que mezclan con sangre de sus vacas, alguna vez pueden comer carne de las mismas y pocas veces al año, en las grandes ocasiones, sacrifican una vaca. Sus chozas están hechas de ramas y palos, recubiertas por los lados y en la techumbre con fango mezclado con el excremento de sus vacas. Tienen problemas en la vista por el humo del interior de sus cabañas.
Si algún día se les ocurre ir a África por donde yo he pasado los últimos 15 días, les impactarán sus colores. Es como estar abrazado a un arco iris.