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El último cartel que se cayó de las paredes del viejo hospital Verge del Toro fue el que indicaba el Mortuori. Es curioso lo que une la casualidad: un hospital, donde se salva la vida, y el mortuorio, la puerta de exitus que nadie quiere cruzar. Algunos deciden cómo quieren irse y dejan su testamento vital en el registro de últimas voluntades. Es un documento importante para cualquier persona y por eso no se comprende que en el nuevo hospital pueda darse aunque sea un solo caso en que se dificulte la aplicación de las últimas voluntades porque el sistema informático no funciona o el archivo de los documentos está cerrado y quien tiene la llave no trabaja los festivos y los fines de semana. Los médicos se dedican a recetar «vida» pero bien saben que algunas veces les toca ayudar a alguien y a las familias a vivir una buena muerte.

Esta semana se han dado dos muertes distintas, aunque tan iguales como la de todos, como en el verso de Machado, «ligeros de equipaje».

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Tito Vilanova, el entrenador, que a pesar de disponer de todos los medios no puedo ganar un partido injusto. La juventud, el éxito, la fortuna, el amor. Lo que tuvo y lo que fue se queda en la memoria de muchos, grabado con más relieve por la temprana despedida.

Miguel Ángel Galán también se fue. Se encontró su cuerpo en una cueva de Sol del Este, cuando llevaba algunos días muerto. Nadie ha reclamado sus restos, que deben descansar ya en una sepultura. ¿Habrá una lápida con su nombre?. ¿Con fecha de nacimiento?. ¿Alguna inscripción de alguien querido, aunque fuera en el pasado?. Habrá quien dirá que informando del muerto de la cueva el diario ha fomentado el morbo. A mí me emocionó cuando Caritas mandó una carta y al hombre invisible le puso nombre y apellidos. Quizás Vilanova y Galán hayan subido al mismo tren hacia la eternidad.